Diócesis de Temuco

Monseñor Vargas “El Diálogo como oportunidad”

En sus palabras monseñor Héctor Vargas Bastidas, en este Te Deum de Fiestas Patrias, ahondó en la situación de La Araucanía llamando al reparar y reconstruir las relaciones, de un pueblo herido en que todos somos responsables, además profundizó en el trabajo del centro de Noruega Nansen en este nuevo proceso, para la Paz y el Diálogo. A continuación, entregamos el texto completo de la homilía del obispo  de la Diócesis San José de Temuco.

 Estimadas Autoridades, invitados especiales, hermanas y hermanos representantes de las Parroquias de Temuco. Les doy la más cordial bienvenida a todas y todos a nuestro tradicional Te Deum, donde junto con elevar nuestra acción de gracias a Dios por esta Patria de amamos y servimos de tantas formas, también elevamos nuestra súplica confiada al Señor de la historia por los desafíos que tenemos por delante.

Esta mañana por de pronto deseamos inspirarnos en la última Carta Encíclica de Francisco, de carácter social, titulada “Todos hermanos”, Una frase que implica cultivar un corazón sin confines, sin fronteras, más allá de la nacionalidad, color, religión y procedencia Una fraternidad capaz de hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad, de diálogo, donde cada uno aporta la riqueza de su diversidad. Y justamente porque nadie puede sostener o pelear la vida aisladamente, soñemos una humanidad hecha de una misma carne que todos compartimos.

Se nos presenta aquí la Parábola del Buen Samaritano como un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos, levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común.

Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo de la Araucanía y todos los pueblos de la tierra. Para ello es importante que nuestra fe cristiana incluya de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos y todas. Porque el ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla, ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir, sin rostros concretos a quienes amar.

Es por esto, insiste el Papa, en reiteradas ocasiones he invitado a desarrollar una cultura del encuentro, de un verdadero diálogo que vaya más allá de las dialécticas que enfrentan. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible, y el otro, sea quien sea y como sea, es siempre parte de la solución.

En este sentido podemos afirmar que no hay vida verdadera, cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: porque es en estas actitudes cuando prevalece la muerte. Lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar. El amor al otro por el solo hecho de ser un ser humano, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posible la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos. Jesús nos decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8).

Se trata de construir la Araucanía y la humanidad desde otra lógica. Porque si no se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la común e inalienable dignidad humana, no es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Porque la paz real y duradera sólo es posible desde una ética global de solidaridad, cooperación, y diálogo al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana. Se trata de pensar y gestar un mundo abierto.

Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta por de pronto la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común.

Nos podemos preguntar. Porqué la Iglesia se involucra en estos temas. Porque, tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación, sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal. No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como un hogar entre los hogares, para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección.  La Iglesia es una casa con las puertas abiertas que dialoga con todos, porque es madre. Y como María, la Madre de Jesús, queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación.

Don Eduardo Gebel Weiss, Rector de la UFRO, escribía hace poco que dado el contexto nacional y regional, creo que es necesario reforzar el concepto del diálogo, su desarrollo y las oportunidades que representa.

Sin diálogo, nada es posible entre personas, organizaciones, instituciones o países. No hay conflicto ni problema que pueda resolverse sin la escucha activa por los interlocutores. Eso implica hacernos cargo también de nosotros. ¿Cuál es nuestra autocrítica frente a determinados acontecimientos?, ¿Cómo manejamos la desconfianza?, ¿Cómo puedo creer en otro y de paso yo ser creíble?.

La humildad y el compromiso son a su vez elementos indispensables. Pero para llegar a buen puerto hay pasos a seguir donde la comunicación se entrelaza, se prepara y la situación se contextualiza de manera tal, que los involucrados puedan llegar a un mutuo entendimiento, aunque claro está dependerá de la voluntad de los actores querer escuchar, dialogar y llegar a acuerdos.

La franqueza y la apertura también hacen lo suyo, y hago énfasis en esto, porque estoy convencido que la buena disposición, sin perjuicio y con el buen ánimo de querer escuchar al otro -como diría Maturana-  es la clave que nos hará avanzar en diversas materias. Soy un firme defensor de que una buena conversación -a pesar de su dificultad inicial- es el inicio de grandes planes, proyectos o acuerdos.

En definitiva, resolver conflictos de cualquier índole, requiere de integridad, coherencia, transparencia, empatía y valentía. Solo así podremos seguir construyendo una sociedad y un país más justo, equitativo y solidario.

 « Todos hermanos », escribió San Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y hermanas y ofrecerles una forma de vida con sabor evangélico. Entre sus consejos quiero destacar uno, en el que invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y el espacio. Aquí declara bienaventurado el que ama al otro «cuando estaba tan lejos de él como si estuviera a su lado».  Con estas pocas y sencillas palabras explicó los fundamentos de una fraternidad abierta, que permite reconocer, apreciar y amar a cada persona más allá de la proximidad física, más allá del lugar del mundo donde nació o donde vive. 

Este santo de amor fraterno, sencillez y alegría,  motiva una vez más a dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y la amistad social universal. De hecho, San Francisco, en todas partes sembró la paz y caminó junto a los pobres, los abandonados, los enfermos, los descartados, los más pequeños.

Nos mostraba hace 800 años su corazón sin límites, capaz de ir más allá de las distancias por origen, nacionalidad, color o religión. Nos llama la atención cómo, hace ochocientos años, Francisco recomendaba evitar cualquier forma de agresión o contienda y también vivir una «sumisión» humilde y fraterna, incluso hacia aquellos que no compartían su fe. Allí Francisco recibió la verdadera paz dentro de sí mismo, se liberó de cualquier deseo de dominación sobre los demás, se hizo uno de los últimos y trató de vivir en armonía con todos. 

Esta encíclica social se nos ofrece como un humilde aporte a la reflexión para que, ante las diferentes formas actuales de eliminar o ignorar a los demás, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y amistad social que no se limite a las palabras

Justo cuando estaba escribiendo esta carta, la pandemia de Covid-19 estalló inesperadamente, exponiendo nuestras falsas garantías. Más allá de las diversas respuestas dadas por los diferentes países, se hizo evidente la incapacidad para actuar juntos. A pesar de estar hiperconectados, ha habido una fragmentación que ha dificultado la solución de los problemas que nos afectan a todos. Si alguien piensa que se trataba simplemente de mejorar lo que ya estábamos haciendo, o que el único mensaje es que necesitamos mejorar los sistemas y las reglas existentes, está negando la realidad.

Deseo mucho que, en este tiempo que estamos dados a vivir, reconociendo la dignidad de toda persona humana, podamos reavivar entre todos una aspiración mundial a la fraternidad. Entre todos: «Aquí hay un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede afrontar la vida en aislamiento […]. Necesitamos una comunidad que nos apoye, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros para mirar hacia adelante. ¡Qué importante es soñar juntos! Los sueños se construyen juntos ». Soñamos como una humanidad, como viajeros hechos de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos acoge a todas y todos, cada uno con la riqueza de su fe o convicciones, cada uno con su propia voz, porque ¡todos hermanos!

Una Iglesia que forma en la libertad interior y responsable, que sabe ser creativa adentrándose en la historia y en la cultura, es también una Iglesia que sabe dialogar con el mundo, con el que confiesa a Cristo, sin que sea “de los nuestros”, con el que vive la fatiga de una búsqueda religiosa, también con el que no cree. No es selectiva de un grupito,, dialoga con todos, con los creyentes, con los que progresan en la santidad, con los tibios y con los no creyentes. Habla con todos. Una comunidad que, anunciando el Evangelio del amor, hace brotar la comunión, la amistad y el diálogo entre los creyentes, entre las diferentes confesiones cristianas y entre los pueblos.

La unidad, la comunión y el diálogo siempre son frágiles, especialmente cuando en el pasado hay una historia de dolor que ha dejado cicatrices. El recuerdo de las heridas puede hacer caer en el resentimiento, en la desconfianza, incluso en el desprecio, induciendo a levantar barreras ante el que es distinto de nosotros. Pero las heridas pueden ser accesos, aberturas que, imitando las llagas del Señor, dejan pasar la misericordia de Dios, su gracia que cambia la vida y nos transforma en agentes de paz y de reconciliación. Hay un proverbio que dice: «A quien te tire una piedra, tú regálale un pan». Esto nos inspira. ¡Esto es muy evangélico! Es la invitación de Jesús a romper el círculo vicioso y destructivo de la violencia, poniendo la otra mejilla a quien nos golpea, para vencer el mal con el bien (cf.Rm 12,21). Me impresiona un detalle de la historia del cardenal Korec, perseguido por el régimen, encarcelado, obligado a trabajar duramente hasta que se enfermó. Cuando vino a Roma para el Jubileo del año 2000, fue a las catacumbas y encendió una vela por sus perseguidores, pidiendo misericordia para ellos. ¡Este es el Evangelio! ¡Este es el Evangelio! Crece en la vida y en la historia por medio del amor humilde, por medio del amor paciente.

Finalmente, debemos reconocer que hay mucho dolor e incertidumbre en nuestros territorios.  Y es por eso que el pasado 27 de julio, los rectores y la rectora de las universidades invitados por el obispo que habla, junto con sumarse con una gran disponibilidad, hicieron un llamado al diálogo como política de Estado.  

 Dijimos que hay que reparar y reconstruir las relaciones entre el pueblo Mapuche, la sociedad chilena y sus instituciones.  Esto significa,  que tenemos que hacernos cargo de los problemas estructurales e históricos, para lograr una transformación genuina de la situación actual. No es suficiente poner parches. Significa que el Estado de Chile – no sólo el gobierno – tiene responsabilidad en el origen y la evolución de esta crisis.  ¿Cómo cambiar una situación de tantas complejidades, con tantos dolores, antiguos, y nuevos? .Podemos empezar por no cometer los mismos errores que nos han traído hasta aquí:  – NO seguir haciendo más de lo mismo.  – NO seguir prometiendo cosas que no se cumplen, porque desde un principio hasta ahora  ha faltado voluntad política para lograrlo.  

Para saber qué cosas son estos, cómo es vivir en los territorios, hay que escuchar. Y entender.   Y pedimos ayuda. En nuestro llamado sugerimos que el Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, de Noruega nos colaborara. Ellos aceptaron este llamado y en forma totalmente gratuita, inician su trabajo con talleres con las universidades colaboración con las universidades.   Ellos sugieren empezar por lo más simple y por lo que requiere más tiempo: enseñarnos a escuchar. Aquí se necesitan muchas voces, muchas conversaciones e incluir a todos.  

 Pero sabemos que hay mucha desconfianza, y con razón. Lo entiendo.  Hay quienes piensan que estamos dictando una solución. Pero nuestro llamado no es una solución.  Es una forma de que encontremos esas soluciones pero escuchándonos todos y todas. El Centro Nansen dice que dialogar no significa aceptar lo que es injusto.  Hablar con el otro no es igual a la claudicación de nuestros ideales o derechos.  Tenemos muchos dolores en nuestra región.  Todos en nuestra Región merecemos ser escuchados.Y eso debe ser ahora. ¿Si no es ahora, cuándo? Cuándo sea demasiado tarde?

Parece increíble que dentro de los mismos territorios, vivimos en mundos separados. Las memorias de las antiguas injusticias viven en el corazón de los pueblos y de las personas. Si vivimos tan cerca, ¿por qué estamos tan lejos?
No podemos seguir acostumbrándonos al sufrimiento de los demás. En algún momento también ese sufrimiento será el nuestro. 

Si Chile ha logrado el camino a un proceso constituyente, también puede lograr un camino para dialogar en la Araucanía.» (…)

Queridas amigas y amigos, agradezco a Dios estar entre ustedes, y les agradezco de corazón todo lo que hacen y lo que son, y lo que harán inspirándose en la doctrina social de la Iglesia. .Nos gustaría que continúen su camino en el diálogo que brota de la misericordia de Dios, que nos ha hecho hermanos y hermanas a todos los seres humanos, sin distinción, y que nos llama a ser artesanos de paz y de concordia.