El mundo está convulsionado, la violencia bajo distintos ropajes se ha ido enquistando en las comunidades, países y sociedades. La violencia es antigua y cotidiana, en toda la historia de la humanidad se reconocen hechos, donde se confrontan el poder y la debilidad humana.
Jesús sufrió la violencia más cruel de su época. Pero en nuestro tiempo se ha multiplicado millones de veces, es multidimensional y multifacética, tiene dimensiones globales, locales, sociales e individuales. Las guerras escalan día a día, como si eso fuese una contribución para la humanidad. El mercado de las armas junto con el de las drogas, ya se ha consolidado en el mundo; ambos enriquecen a pocos, empobrecen y destruyen a tantos.
La violencia es multidimensional y no está lejos de nosotros. Con estupor observamos que las guerras pueden ser el umbral de un genocidio mundial. Hay otras formas de violencia, la inmigración, el hambre, atentados contra la vida, violencia contra los inocentes, mutilaciones, abusos sexuales, pobreza, el maltrato a nuestra casa común. Nuestro país navega por un clima de violencia social que se ha hecho bastante cotidiano; sin duda son muchas las causas arraigadas desde la niñez, que se transforman en conductas destructivas hacia nuestra sociedad. La aceptación de la violencia en cualquiera de sus dimensiones es una distorsión en la representación social, que nos afecta como seres humanos; nos estamos olvidando que ¡somos creación de Dios!
Necesitamos instaurar una nueva gran revolución, una que promueva la fraternidad, el reencuentro, desterrar de nuestros corazones el odio, el desprecio, la discriminación, la violencia e injusticia. Es imperioso que en los hogares, las escuelas, diversos centros o focos de encuentro, se reestablezca la preocupación por retomar los valores humanístico y universales, basados en el respeto y dignificación de las personas, cualquiera sea su condición. También es imperioso, que los medios de comunicación reduzcan las imágenes de hechos violentos y promuevan una cultura de la paz. No desechemos las buenas obras, el altruismo, la solidaridad.
«El mundo puede cambiar a partir del corazón». El papa Francisco en su nueva encíclica, Dilexit nos (Nos amó), nos muestra el camino, es un llamado que nos interpela a actuar desde nuestro «ser» profundo que se debe a la comunidad, «Nuestras comunidades sólo desde el corazón lograrán unir sus inteligencias y voluntades diversas y pacificarlas para que el Espíritu nos guíe como red de hermanos, ya que pacificar también es tarea del corazón. El Corazón de Cristo es éxtasis, es salida, es donación, es encuentro. En él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, y de construir en este mundo el Reino de amor y de justicia. Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social». (Dilexit nos, 28)
¡Que la paz y el amor, derramados desde el corazón de Jesús, y acogidos como compromiso y tarea por el ser humano, logren armonizar al mundo y a nuestro país!