Publicada el domingo 21 de marzo, en el Diario Austral de la ciudad de Temuco, monseñor Héctor Vargas Bastidas, trata en su columna sobre la crisis de la pandemia y las medidas que se están adoptando en las fases.
Por estos estos días ha estado presente un tema que busca conciliar las exigencias sanitarias del paso a paso, con el principio de la libertad religiosa. Uno de los criterios más importantes por la vía de la excepción a las reglas del confinamiento, ha sido el de asegurar a la población la satisfacción de sus necesidades esenciales. Por éstas se han entendido fundamentalmente las relacionadas con los elementos materiales básicos para la subsistencia diaria. Por el grave aumento de los contagios, la autoridad dispuso nuevas restricciones en fase 2, entre ellas el cierre total de diversos espacios recreativos y comerciales, añadiendo los lugares de culto, que motivó inicialmente la reacción de distintas confesiones religiosas. No se trata de saltar la norma, de hecho más allá de algunas lamentables excepciones, la inmensa mayoría de los cultos la han cumplido a cabalidad. Solo se trata de asegurar en lugares religiosos, los aforos y normas sanitarias dispuestos en espacios cerrados o abiertos, para necesidades esenciales.
La preocupación mayor que ha suscitado esto en gran parte de la población que se confiesa creyente, es que entre las necesidades básicas para la vida de las personas, no se considere el ámbito espiritual. Éste es un alimento esencial para miles de ellas que necesitan fortalecer su vida interior. Es desde esta profundidad existencial que no pocos encuentran el sentido de la vida, inspiración para enfrentar las grandes contradicciones, dolores y angustias, enfermedades, con fortaleza, sabiduría y paz interior. Lo anterior, genera en los fieles nuevas razones para seguir amando, sirviendo en diversos ambientes de vulnerabilidad, luchando por la construcción de una sociedad mejor, más justa, solidaria y fraterna, y la disposición incluso de ir gastando la vida en ello. No entenderlo, cuestionaría la falta de una democracia propia de sociedades tolerantes, inclusivas y diversas.
El proceso de secularización global tiende a reducir la fe al ámbito personal de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada. En este sentido el Papa Francisco, en un encuentro con las diversas confesiones religiosas, les ha exhortado a “que por encima de todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de la persona humana unidimensional, según la cual el hombre se reduce a lo que produce y lo que consume: se trata de una de las trampas más peligrosas de nuestro tiempo”. Por ello nos alegramos y agradecemos que las autoridades enmendaran oportunamente esta situación.