Diócesis de Temuco

Obispo de Temuco “Tiempos de pandemia, tiempos de grandeza”

En su columna dominical, mons. Héctor Vargas, se refiere a la solidaridad y esperanza que debemos llevar donde nos necesiten.

En estos meses, la vida de millones de personas cambió repentinamente. Pero también es para muchos un tiempo de preocupación por el futuro que se presenta incierto, por el trabajo que corre el riesgo de perderse y por las demás graves consecuencias que la crisis actual trae consigo. Actitud clave para enfrentar ello es la solidaridad. No es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, sino la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”.

Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Todos estamos llamados a llevar esperanza a todos los pobres y más débiles para que no se sientan solos. Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas.  Exige que las diversas rivalidades no recobren fuerza, sino que todos nos reconozcamos parte de una única familia, y nos sostengamos mutuamente.  No perdamos la ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad. Es la única alternativa al egoísmo de los intereses particulares y a la tentación de volver al pasado, con el riesgo de poner a dura prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas generaciones. Todos debemos ser agentes de unidad, exhortando a quienes tienen responsabilidades en los conflictos políticos, sociales y económicos, a que tengan la valentía de concordar grandes acuerdos en los temas más sensibles y urgentes de la población. La vida y dignidad de las personas, primero.

En la Pascua, llegaba todo el mundo el anuncio de la Iglesia: “¡Jesucristo ha resucitado!”. Buena Noticia se ha encendido como una llama nueva en la noche,  de un mundo que enfrentaba ya desafíos cruciales y que ahora se encuentra abrumado por la pandemia, que somete a nuestra gran familia humana a una dura prueba. Es otro “contagio”,  se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia. No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios.

San Alberto Hurtado escribió: “Por la fe debemos ver en los pobres a Cristo y si no lo vemos es porque nuestra fe es tibia y nuestro amor imperfecto”.  El Resucitado no es otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada. Por ello exhortando a quienes tienen responsabilidades en los conflictos políticos, sociales y económicos, a que tengan la valentía de concordar grandes acuerdos en los temas más sensibles y urgentes de la población. La vida y dignidad de las personas, primero.