El obispo de Temuco, Héctor Vargas Bastidas, en columna publicada en el Diario Austral de la novena región, recuerda que la Iglesia a lo largo de su historia, ha promovido el compromiso de laicos y laicas en la vida social y política, como parte de su vocación de creyentes y seguidores de Jesucristo.
En texto publicado este domingo 27 de septiembre, el obispo Vargas comienza señalando que: «Las personas católicas, como cristianas, somos seguidores de una persona que es Jesús de Nazaret y no de una doctrina o ideología», agregando que en esa lógica los «fieles laicos se desarrollan en la acción política, lo que implica fortalecer su vida espiritual y moral, madurando las capacidades requeridas para el cumplimiento de sus deberes sociales», recordando además, que la libertad es parte de la naturaleza cristiana.
«Es por esto que la Iglesia, en cumplimiento de su misión a lo largo de su historia, ha promovido el compromiso de laicos y laicas en la vida social y política, como parte de su vocación de creyentes y seguidores de Jesucristo. Les exhorta, y más aún si han optado por un partido político, a aportar a este diálogo la riqueza de los valores y principios de su Enseñanza Social, que brotan desde el Evangelio, como son el valor de la vida y de la dignidad humana, el bien común, la justicia social, la solidaridad, subsidiariedad del Estado, el destino universal de los bienes y su concepción de desarrollo humano integral, en que una economía sustentable está al servicio de las personas y el medio ambiente, promoviendo estilos de vida más sencillos», afirma el obispo Vargas.
Luego aclara que la Iglesia en cuanto tal, no puede ni debe emprender por cuenta propia la tarea política de realizar la sociedad más justa posible. «No puede ni debe sustituir al Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe, sus propias perspectivas y modos de comportamiento. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia», expresa el pastor, señalando que la sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política: «es la Iglesia, en coherencia con el Evangelio, la primera llamada a dar el ejemplo de los valores que Cristo propone para la sociedad».
Héctor Vargas, finalmente manifiesta que la política debiera ayudar a hacer emerger lo mejor de las personas y colectivos que constituyen la alteridad y diversidad social, sin perder por ello la unidad de nuestra sociedad. «En este sentido el rol del Estado, las políticas públicas, la autonomía activa de la comunidad social y las organizaciones intermedias, son sustantivas para dar pasos a un país más justo y fraterno, con el aporte de las y los católicos. Al estar llamados a ser fermento del Evangelio en el mundo, haremos política, pero nosotros, sin esperar o aceptar que otros ocupen nuestro legítimo rol como ciudadanos. Por ello votaremos en el próximo plebiscito».
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Voto católico y Plebiscito
Las personas católicas, como cristianas, somos seguidores de una persona que es Jesús de Nazaret y no de una doctrina o ideología. Este seguimiento que se da en el camino de la vida y en la historia de la humanidad, en la que Dios se hace presente (el misterio de la Encarnación). En esa lógica los fieles laicos se desarrollan en la acción política, lo que implica fortalecer su vida espiritual y moral, madurando las capacidades requeridas para el cumplimiento de sus deberes sociales. A su vez, sin embargo, “ser católico en la política no significa ser un recluta de algún grupo”, afirma el papa Francisco, porque la libertad es un dato de nuestra naturaleza cristiana. Libres, pero comprometidos voluntariamente cuando así lo decidimos, de acuerdo a nuestra conciencia en los desafíos del poder, las estrategias, la acción.
Es por esto que la Iglesia, en cumplimiento de su misión a lo largo de su historia, ha promovido el compromiso de laicos y laicas en la vida social y política, como parte de su vocación de creyentes y seguidores de Jesucristo. Les exhorta, y más aún si han optado por un partido político, a aportar a este diálogo la riqueza de los valores y principios de su Enseñanza Social, que brotan desde el Evangelio, como son el valor de la vida y de la dignidad humana, el bien común, la justicia social, la solidaridad, subsidiariedad del Estado, el destino universal de los bienes y su concepción de desarrollo humano integral, en que una economía sustentable está al servicio de las personas y el medio ambiente, promoviendo estilos de vida más sencillos.
A su vez, es bueno clarificar que la Iglesia en cuanto tal, no puede ni debe emprender por cuenta propia la tarea política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe, sus propias perspectivas y modos de comportamiento. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa sobremanera a la Iglesia trabajar por la justicia, esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad de todos a las exigencias del bien, que la hagan luego posible en el mundo laico, según las reglas propias de éste. (Benedicto XVI, Deus caritas est.) Y es la Iglesia, en coherencia con el Evangelio, la primera llamada a dar el ejemplo de los valores que Cristo propone para la sociedad.
En consecuencia, la política debiera ayudar a hacer emerger lo mejor de las personas y colectivos que constituyen la alteridad y diversidad social, sin perder por ello la unidad de nuestra sociedad. En este sentido el rol del Estado, las políticas públicas, la autonomía activa de la comunidad social y las organizaciones intermedias, son sustantivas para dar pasos a un país más justo y fraterno, con el aporte de las y los católicos. Al estar llamados a ser fermento del Evangelio en el mundo, haremos política, pero nosotros, sin esperar o aceptar que otros ocupen nuestro legítimo rol como ciudadanos. Por ello votaremos en el próximo plebiscito.