Diócesis de Temuco

“Página en blanco” o el fin de la conciencia histórica? 

En las palabras de monseñor Héctor Vargas Bastidas, expresadas en la columna del domingo 18 de octubre, en el Diario Austral de Temuco, profundiza en la influencia de factores que hoy en día están afectando la autonomía de las personas.

Hoy pareciera alentarse una disgregadora pérdida del sentido de la historia. Se advierte la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Se buscaría una suerte de personas sin mayores contenidos existenciales, desarraigadas, desconfiadas de todo, que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que no recojan la experiencia de los mayores e ignoren todo lo que los ha precedido, para confiar sólo en las promesas de las ideologías de distintos colores, derribando así todo lo que sea diferente a sus posturas e imponerse sin mayor oposición.

Son las nuevas formas de colonización cultural, afirma Francisco, porque «los pueblos que enajenan su tradición, y ya sea por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política». (FT). Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica y el pensamiento crítico, es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores. De este modo, se puede manipular y vaciar de sentido grandes principios como democracia, libertad, justicia, igualdad, religión y unidad, utilizándolos para justificar cualquier acción.

En este juego mezquino de las descalificaciones y polarización, el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte. La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común.

En esta pugna de intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde vencer pasa a ser sinónimo de destruir, donde ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo “nosotros”, ¿cómo es posible levantar la cabeza para reconocer al vecino o para ponerse al lado del que está caído en el camino?

Por ello, una vez superada la crisis social, la sanitaria y la violencia irracional, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras inhumanas que hemos creado.