Monseñor Jorge Concha Cayuqueo, Obispo Diócesis San José de Temuco, en este nuevo Pentecostés, profundiza sus palabras en el don del Espíritu Santo en las personas. Mensaje publicado en la columna dominical del Diario Austral.
El Espíritu Santo, que el Padre y el Hijo dan a los discípulos, es para que ellos puedan cumplir con la misión de ir y anunciar la Buena Noticia a todos los confines de la tierra (cfr. Hechos 1, 8; Mc 16, 15). Este don de Dios, refuerza la promesa de Jesús de que los discípulos no quedarán solos: Él estará con ellos hasta el final y, además, recibirán el otro Paráclito, que los acompañará y los defenderá. Pentecostés, que en este domingo celebramos como Iglesia, festeja el cumplimiento de esta promesa, y el libro de los Hechos de los Apóstoles describe este acontecimiento con lujos y detalles (cfr. Hechos 2, 1 – 13). El testimonio entregado por este libro, dan cuenta que no sólo se trató de un acontecimiento extraordinario, sino que marcó un antes y un después en la vida y misión de los apóstoles y de los demás discípulos. A partir de Pentecostés, la acción de la naciente Iglesia fue imparable, y a partir de aquel comienzo en aquel lugar – Jerusalén -, la predicación del Evangelio del Señor Jesús, se extendió por muchos lugares, llegando a millones y millones de personas de toda raza, lengua y lugar. Ha llegado también a nosotros.
Junto con ayudar en el anuncio del mensaje de salvación, el don del Espíritu Santo, lo dice el mismo Hijo de Dios, ayudará también a conocer mejor su mensaje: «les enseñará todo» y les «recordará todo» (cfr. Jn 14, 26; 16, 13). Los alcances de esta acción del Espíritu en cada persona, sólo Dios los conoce. Como en todo tiempo, incluso cuando Jesús estaba presente históricamente con sus discípulos en la tierra, Dios ha querido contar con la anuencia del ser humano, libre y voluntariamente; esto ha hecho que la vida y la misión de los discípulos, no siempre han sido como el mismo Señor lo ha querido. Para que resplandezca lo mejor posible el querer de Dios en nosotros, los hombres y mujeres, Jesús enseña – y al mismo tiempo es ejemplo -, la fidelidad, la radicalidad, el amor y generosidad incondicionales, en el seguimiento y en la entrega. El Espíritu es don de Dios, está a disposición nuestra para hacer su obra, pero debemos querer, estar dispuestos, abiertos y ponernos a su disposición. Seguramente tantos santos y santas sean los mejores testimonios de esta obra del Espíritu, en la vida de una persona.
En este tiempo nuestro y de Dios, Él, con nosotros, puede hacer grandes cosas para bien de todos. No estamos solos: Jesucristo está día y noche intercediendo por nosotros ante el Padre (cfr. Hebreos 7, 25; 1 Jn 2, 2), mientras contamos con Su don, que es una fuerza maravillosa y sorprendente que, con sus dones, viene en ayuda nuestra, nos pone en movimiento como personas y como comunidad creyente, para que seamos más auténticamente humanos y así caminemos hacia Él.