Diócesis de Temuco

RECONOCER LAS PROPIAS IMPERFECCIONES ABRE CAMINOS DE ESPERANZA

Escribe: mons. Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis San José de Temuco

El Evangelio de este domingo, tomado del evangelista Juan, relata que, mientras Jesús enseñaba en el templo unos fariseos y escribas le trajeron a una mujer que había cometido uno de los pecados – adulterio – que, ante la ley de Moisés, debía ser castigado de un modo cruel, no sólo plasmado en la golpiza de la que podía no sobrevivir, sino también por el desprecio y marginalidad social, al ganarse el sello de mujer indigna. Los fariseos y escribas ya habían escuchado y observado a Jesús hablando de su divinidad y del perdón de los pecados, lo que era muy cuestionable para ellos.

Cuando estos expertos en la Ley le preguntan a Jesús ¿qué correspondía hacer?, ellos pensaban que ésta sería la mejor trampa para probarlo. Sin embargo, Jesús ni siquiera se inmuta, no les responde ni con la mirada. Luego del cuestionamiento hubo momentos de incómodo silencio. Jesús agachado, escribe con su dedo en la tierra, sin levantar la vista, con lo cual inmediatamente invalida su actitud de arrogancia. Y la pregunta que les hace después es un verdadero búmeran, abre un mundo de enseñanzas sobre el amor de Dios, pero también sobre la imperfección humana, que cuesta aceptar. Después del silencio incómodo, Jesús devuelve su respuesta con otra pregunta, más lacerante: «aquel de ustedes que no tenga pecado, que sea el primero en apedrearla» (Juan 8, 7. De nuevo pausa y silencio más largo. Jesús vertiginosamente sitúa a cada uno en su yo; un vuelco que se hace sentir tanto, que ya no hay más preguntas, sólo alejamiento, abandono paulatino.  El relato distingue que abandonan el lugar, primero, los mayores y, luego, los jóvenes, dejando en claro que todos son pecadores. 

Jesús no condena, reafirma la imperfección humana, y ni siquiera se asombra: perdona. Su gesto es de infinito amor, libertad y confianza; para la mujer se abre un camino de nueva esperanza, en el que tiene la libertad de hacer opción, reconociendo que su acto es pecado, según la tradición y normas entregadas por Moisés: Jesús, luego de escuchar de ella misma que ya no queda ninguno que la condene, porque se fueron sin tirarle piedras, le dice: «Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar» (Juan 8, 11). 

En el texto hay un trasfondo de profundas y sólidas enseñanzas de Jesús, válidas para todos los tiempos y para toda la humanidad. La igualdad entre hombres y mujeres, tan generalmente olvidada, por lo que han surgido tantos movimientos para la defensa de la mujer de las opresiones sufridas en diferentes tiempos y culturas. Junto a esta desigualdad, pone en relieve lo que más cuesta aceptar: la imperfección humana, que nos dispone unos contra otros, esgrimiendo un poderío que en la intimidad del «ser» nadie tiene. También el uso de normas de acuerdo a ciertas conveniencias, que abre brechas, profundiza desigualdades y genera abismos.  

Jesús en estas enseñanzas, despliega en el presente y futuro de la mujer – que representa a la humanidad – un horizonte de esperanza: «vete», le dice; sigue tu camino y «no vuelvas a pecar», no vuelvas sobre lo mismo, porque es justamente ahí donde hace síntesis la imperfección humana y se hace avasalladora y cruel contra el semejante, contra uno mismo y contra las criaturas en general, y genera infelicidad e impide caminar con la dignidad de hijo o hija. Cuando hay reconocimiento de la propia pequeñez, Jesucristo, que nos amó hasta el extremo, perdona, devuelve la dignidad, la libertad y la alegría que nacen del amor verdadero.