Diócesis de Temuco

SEAMOS BROTES DE ESPERANZA PARA UN MUNDO MEJOR

La esperanza toca la esfera de lo individual pero también lo colectivo, diferentes grupos sociales, las naciones, el mundo entero. Vivimos en un mundo controversial, cruzado a cada instante por millones de actos y situaciones, que afectan de modo doloroso y angustiante a miles y millones de personas en diferentes formas, todos llamados, desde la creación, para vivir la vida en plenitud. Como efecto de la globalización, los medios de comunicación en instantes nos enfrentan a hechos muy dolorosos y aberrantes, que ocurren en cualquier parte del mundo, en nuestro entorno, nuestro país y región. Todo nos recuerda que en algún momento el giro de la vida tomó una dirección contraria al querer de Dios, y pareciera que para muchos la existencia es sin rumbo, superficial e incierta, como si el ser humano no fuera más que una de las tantas “cosas” que ocupan un espacio. 

Los cristianos, y ojalá todas las personas, no podemos quedarnos en la pesadumbre ni en la inmovilización. Jesucristo, nos enseña, con su palabra y con su ejemplo,  que la esperanza es propio de la vida, y nos moviliza a ser constructores de ella para bien de todos. 

En la naturaleza hay signos cotidianos y simples que también alientan a la esperanza, como los días grises, en los cuales hay matices que los hace distintos o como los gérmenes que se transforman en brotes en cada primavera. Los muchos procesos de la vida, si los contemplamos, nos pueden inspirar y abrir a miradas nuevas, a caminos nuevos y a cambiar rumbos frente al acontecer, es decir, nos pueden ayudar a reconocer que hay espacio para una vida nueva y mejor. También los niños y niñas, los adultos y ancianos, con su testimonio y palabras, cuando son generosos, a veces sin pretenderlo, construyen eslabones de paz y armonía. 

La primavera, y lo que sucede en ella, con profunda y potente interrelación entre todos los elementos e individuos, y con sorprendente fragilidad, es un buen signo para discernir lo que sucede en nuestra propia vida, también profundamente interrelacionada, porque no somos sólo individuos sino comunidad, también profundamente frágil, pero con potencialidad y posibilidades. 

La esperanza, que tiene su fundamento en la fe y en el amor, nos abre a la confianza en un mejor futuro, no la desechemos ni dejemos que sea amenazada por la incertidumbre, ahí dejaremos de ser anhelo y voluntad. El Papa Francisco, ha reiterado uno de sus mensajes a la humanidad: «No dejen que les roben la esperanza». Esta frase tan simple, abriga un profundo llamado a cada uno de nosotros para estar atentos y discernir con sabiduría, aquello que atenta contra nosotros y nuestros cercanos, sea en el ambiente en que nos encontramos o en los medios que nos comunican o transmiten. 

La suerte de los hombres y mujeres está unida a Cristo, a su sacrificio en la Cruz y a su Resurrección, que nos une verdadera y definitivamente a Dios. El salmo de la Misa de este domingo recita: «El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa esperanzada» (Salmo 115). Los invito a movilizar la esperanza, para que seamos co- constructores de un mundo mejor, justo, armónico y sostenible desde el lugar en que nos encontremos.  Que María nos ayude a caminar con esperanza.