Escribe: Mons. Jorge Concha Cayuqueo, Obispo Diócesis San José de Temuco
En este último domingo del mes de enero, la liturgia de la Iglesia nos ofrece un texto del Evangelio de san Marcos que nos describe toda una jornada pastoral de Jesús en la ciudad de Cafarnaúm. Después de haber convocado a los primeros apóstoles, Jesús se da a la tarea de anunciar la Palabra de Dios con su enseñanza y su actuar.
San Marcos pone de relieve una nota característica de la enseñanza de Jesús: la autoridad con la que hablaba. Esa autoridad no se refiere al tono, ni a la seguridad, ni a la firmeza con que habla, sino, entre otras cosas, a la coherencia que existía entre lo que decía y lo que hacía. Su autoridad se traduce en su acción.
Verdaderamente una de las actividades más importantes de Jesús fue precisamente la enseñanza. Pero, además de la instrucción que Jesús recibió en el hogar y en la sinagoga, desde el punto de vista religioso, no conocemos que hubiera tenido otro maestro que el Padre del cielo. Jesús vivió siempre mirando al Padre, escuchándolo con una actitud de obediencia total. Como su enseñanza, su autoridad proviene de Aquel que es la fuente de toda autoridad.
Los ciudadanos de Cafarnaúm captaron y compararon la enseñanza de Jesús con la de los escribas, carente de toda autoridad. Jesús enseñaba como alguien que ha recibido un mandato de Dios para ello. La reacción ante la enseñanza de Jesús es ambivalente, pues sus enemigos se ratifican en el rechazo, en cambio los bien dispuestos, se quedan estupefactos, captan la diferencia. Su enseñanza los remueve interiormente, los invita a cambiar de vida, los despierta, los transforma, los libera, los levanta, los hace crecer, les ensancha los horizontes, los conduce a la Vida Plena. Con razón la predicación y enseñanza de Jesús Maestro despierta un creciente interés y mueve profundamente los corazones de sus contemporáneos.La riqueza que aporta la novedad del Evangelio predicado por Jesús, llega a nosotros también con la misma fuerza y actualidad, y nos desafía no solo a seguir profundizando en los contenidos propios de la enseñanza y del mensaje sino también y sobre todo en la transmisión de esa riqueza que en sí misma constituye un valor, un aporte y una luz en la construcción del reino de Dios.
Durante este tiempo de verano, donde hay un cambio de actividades y para muchos un tiempo de descanso y renovación, podemos encontrar los tiempos y los espacios propicios para una lectura reposada del Evangelio, especialmente el de san Marcos, que nos propone la liturgia, para así profundizar en los contenidos tan antiguos y siempre nuevos que ofrece la Sagrada Escritura y desde esa experiencia personal de encuentro con la Palabra, ser también testigos de ella.