El Evangelio que escucharemos en la liturgia de este domingo XXVIII del tiempo ordinario, nos presenta a Jesús retomando el camino que le lleva a Jerusalén (Mc 10,17-30). La gente le sigue y el Maestro deja que se acerquen a él con naturalidad. En este contexto, en el preciso momento de inicio de la marcha, un hombre inoportuno se acerca con prisa a Jesús para demandar una respuesta a su preocupación sobre la vida eterna.
El texto describe que aquel hombre angustiado “se arrodilló” delante de Jesús preguntándole casi a bocajarro: “¿Qué tengo qué hacer para heredar la vida eterna?”
En este Evangelio, hay una actitud que mide claramente si uno sigue o no a Jesús: Sí nos preguntamos hoy si: ¿Hay jóvenes en este tiempo que buscan a Jesús? Sí, hay algunos que han dicho Sí, al Señor, como lo hizo el día de ayer el joven Traiguenino Andrés Caro, que después de una larga formación por más de 8 años fue ordenado diácono. Pero también hay otros jóvenes que han dicho No al Señor igual joven Rico. Por eso la respuesta Jesús clara, le dice si quieres ser perfecto, “vende todo lo que tiene y dáselo a los pobres y luego ven y sígueme. Esa es la disposición que nos exige Jesús, si queremos seguirle, debemos ser desprendido, generoso para compartir con quienes tienen menos.
Si nos damos cuenta la Palabra de Dios es tajante y directa. No se anda con rodeos, descubre lo más íntimo del corazón humano y espera de la libertad de cada uno una respuesta clara y positiva.
Por tanto, en el Evangelio Jesús, una vez más, aconseja que no se puede servir a Dios y al dinero. Es un error y un peligro optar por la riqueza: ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si malogra su vida?
Por el contrario, es acertado y tiene un gran sentido comunitario optar por un estilo de vida sencillo y desprendido. Esta opción es distintiva de los verdaderos seguidores de Jesús.
En efecto, para ser un buen cristiano no basta con cumplir los mandamientos. Eso ya lo da Jesús por supuesto, eso es lo minino, pero Jesús trae una novedad, y nos pide algo más que el cumplimiento de normas y preceptos. Y, por eso el Evangelio insinúa: uno no es bueno del todo por hacer sólo lo que está mandado, sino por seguir las indicaciones de la conciencia recta que nos invita a una donación de todo nuestro ser y poseer al servicio de la fraternidad.
Esta persona que corre al encuentro de Jesús, el llamado “joven rico”, parece que se acerca con intenciones limpias. Sin embargo, por el transcurso de la escena, se puede concluir que no.
Probablemente se trataba de un buen fariseo, cumplidor de la ley, pero solo eso, él solo llegaba hasta donde le pedía la ley… El caso es que con la pregunta y la primera respuesta que da, asombra a Jesús: desde niño he cumplido los mandamientos, es decir, lo que tradicionalmente se nos ha pedido a todos nosotros…
Por eso Jesús le plantea algo más: que se atreva a ir más allá de lo meramente marcado por los mandamientos: “Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres…, ven y sígueme”
“La radicalidad” de Jesús no tiene fronteras. Sin un corazón libre y generoso es imposible entenderlo, como es imposible apuntarse al Reino de Dios. El apego a la riqueza genera avaricia, egoísmo, envidia, rebaja la sensibilidad y cierra el corazón a la fraternidad, despersonaliza y esclaviza. La propuesta evangélica, nos invita todo lo contrario: la pobreza elegida libremente para el seguimiento de Jesús es una bienaventuranza para ser feliz, un chispazo de sabiduría. Cantidad de gente piensa que el dinero abre muchas puertas; otros pensamos que cierra la sensibilidad a muchos valores y, por lo tanto, cierra la puerta de la VIDA PLENA.
+ Jorge Concha Cayuqueo, OFM, obispo Diócesis San José de Temuco