Diócesis de Temuco

(Video-Homilía) Diáconos celebran fiesta patronal junto a Obispo de Temuco

Monseñor Héctor Vargas Bastidas, Obispo de Temuco, presidió la celebración de la Santa Eucaristía, el domingo 16 de agosto, desde la Parroquia Jesús de la Misericordia de Labranza y se transmitió vía Facebook Live, instancia donde agradeció el invaluable ministerio de servicio, al pueblo santo y a la sociedad.

 Monseñor Vargas en su homilía, señaló “Por la encarnación de Jesucristo, se realizó la revolución más inimaginable. Cristo, el Señor, se hizo diácono de todos. De este modo es Dios mismo, quién viene a nuestro encuentro en su Siervo Jesucristo, Hijo único de Dios, «el cual, siendo de condición divina,  se despojó de su condición divina, y asumiendo la semejanza humana, rebajándose  a sí mismo, se hizo  obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (Flp 2,6-9).

De este misterio de la encarnación, se puede entender la diaconía de Cristo que define la esencia de nosotros los cristianos,  que a ejemplo del Señor a ejemplo de Cristo Siervo, que se hizo servidor de todos, estamos llamados a ponernos al servicio de los demás, hasta la renuncia y el don de sí mismos, por amor. Esto tiene el poder de  transformar las personas y la entera sociedad en una civilización del amor.

Es el bautismo que nos confiere este servicio diaconal a todoslos cristianos, quienes, en virtud de nuestra participación en la diaconíaliturgia y entrega sacrificada de la Iglesia, coopera al servicio de Cristo para la salvación de los hombres. En efecto, siendo miembros del Cuerpo de Cristo, todos hemos de convertirnos en servidores los unos de los otros, con los carismas que hemos recibido para la edificación de la Iglesia y de los hermanos, en la fe y en el amor: «Si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios».

Dicho de otro modo, si evangelizar es la misión asignada a cada cristiano en el bautismo, servir es el estilo mediante el cual se vive la misión, el único modo de ser discípulo de Jesús. Su testigo es el que hace como él: el que sirve a los hermanos y a las hermanas, sin cansarse de Cristo humilde, sin cansarse de la vida cristiana que es vida de servicio.

Tan esencial es este servicio de la Iglesia en su modo de evangelizar, que a partir de la experiencia de los inicios de la comunidad cristiana, se fueron poniendo las bases para hacer que algunos de sus miembros fueran llamados a vivir y testimoniar más radicalmente esta característica de la naturaleza de la Iglesia, mediando un ministerio específico, el Diaconado. En efecto, el Papa relaciona íntimamente el diaconado con estas tres palabras: Diaconía, Eucaristía y Pobres. Encomienda en este sentido a los diáconos la vivencia personal que movió la vida de San Francisco de Asís para poder vivir existencialmente la opción preferencial por los más empobrecidos en una Iglesia pobre y para los pobres.

Toda la diaconía de la Iglesia -de la que los diversos ministerios son signo e instrumento- recibe su impulso del misterio eucarístico y primordialmente se concreta en el servicio a los pobres, que llevan en sí el rostro sufriente de Cristo». Consecuente con esta afirmación, Francisco pone en primer plano la necesidad de «volver a los orígenes del diaconado, de inspirarse en la fuente, de ser presencia y humilde servicio no solo en el noble terreno de la liturgia, sino también en la humildad de las necesidades más perentorias y humillantes». La dimensión servidora, litúrgica, evangelizadora, difusora de la Palabra, de este ministerio es a la vez reto y misión para el conjunto de la Iglesia y para cada uno de sus miembros.

¿Por dónde se empieza para ser «siervos buenos y fieles» (cf. Mt 25,21)? Se preguntaba en una ocasión el Papa Francisco. Como primer paso, estamos invitados a vivir la disponibilidad. El siervo aprende cada día a renunciar a disponer todo para sí y a disponer de sí como quiere. Si se ejercita cada mañana en dar la vida, en pensar que todos sus días no serán suyos, sino que serán para vivirlos como una entrega de sí. En efecto, quien sirve no es un guardián celoso de su propio tiempo, sino más bien renuncia a ser el dueño de la propia jornada.

Sabe que el tiempo que vive no le pertenece, sino que es un don recibido de Dios para a su vez ofrecerlo: sólo así dará verdaderamente fruto. El que sirve no es esclavo de la agenda que establece, sino que, dócil de corazón, está disponible a lo no programado: solícito para el hermano y abierto a lo imprevisto, que nunca falta y a menudo es la sorpresa cotidiana de Dios.

El siervo sabe abrir las puertas de su tiempo y de sus espacios a los que están cerca y también a los que llaman fuera de horario, a costo de interrumpir algo que le gusta o el descanso que se merece. Descuidar los horarios: tener esta valentía, de descuidar los horarios. Así, queridos diáconos, viviendo en la disponibilidad, vuestro servicio estará exento de cualquier tipo de provecho personal y será evangélicamente fecundo.

Para el pontífice, el diaconado permanente supone una oportunidad para que la Iglesia pueda convertirse ella misma «en señal visible de a diaconía de Cristo Siervo en la historia de los hombres». Encomienda de esta forma a los diáconos ser promotores de una «conciencia diaconal» de las comunidades.Los diáconos pueden ser definidos-y con razón-como pioneros de la nueva civilización del amor como le gustaba decir a Juan Pablo II.

Queridos hermanos Diáconos, la diaconía abre el camino a todos nosotros para vivir a la manera del Evangelio. Porque el Señor nos llama a todos para estar con Él y estar con los hermanos, para servirle a Él que vino para servir, sirviendo a los hermanos. Si optamos por el servicio como norma de vida, también nos asemejamos a María, Madre de Jesús y nuestra Madre, que se proclamó sierva del Señor e hizo del servicio el ideal de su vida. Con la mirada fija en Jesucristo y bajo la mirada materna de María, les invito a que hagamos de nuestra vida una diaconía del anuncio evangélico, de la liturgia comunitaria y de la caridad fraterna.

Finalmente gracias, muchas gracias, a ustedes por este invaluable servicio del ministerio que se les ha confiado, como a sus queridas esposas y familia, que día a día y de mil formas, les ayudan a ser fieles a esta hermosa y desafiante vocación de servicio».