Con gran esperanza y devoción el pueblo cristiano celebra en estos días a la Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora Del Carmen, y la celebra como Madre y Reina de Chile.
Los orígenes de esta devoción se remontan a las mismas Sagradas Escrituras que celebran la belleza del Monte Carmelo, cordón montañoso mencionado en el libro de Los Reyes y en donde el profeta Elías defendió la pureza de la fe de Israel en el Dios vivo.
En el siglo XII, algunos eremitas se retiraron a aquel monte constituyendo más tarde una Orden religiosa dedicada a la vida contemplativa, bajo el patrocinio de la Virgen María. Nace así la Orden de los padres Carmelitas, a la que se sumó luego la rama femenina y que, bajo el amparo de María Del Carmen, se extendió por todo el mundo.
Fueron los misioneros Agustinos que llegaron a Chile en el año 1595 quienes, junto con enseñar el Evangelio, promovieron la devoción a la Virgen María bajo la advocación del Carmen. Esta devoción se extendió rápidamente en nuestra patria y cada 16 de julio, su imagen sale en procesión por ciudades, pueblos y campos de Chile.
Dada esta confianza y amor especial del pueblo chileno por la Virgen del Carmen, es que comenzó a ser invocada en los escenarios más importantes de nuestra historia, y de manera muy especial en la lucha por la Independencia Nacional donde se pidió su maternal intercesión.
Años de historia nacional transcurrieron, en los que la Virgen estuvo presente siempre en el alma de todos y también en importantes acontecimientos.
También hoy, en medio del contexto actual que vivimos, marcado por tantas situaciones de dolor, violencia e incertidumbre, el pueblo devoto se une con fervor implorando la intercesión de María Del Carmen pidiendo por Chile. Transcribo en este artículo parte de la oración que, con fe, esperanza y sencillez, nuestra gente ha rezado en estos días y que refleja el sentir de un pueblo creyente que piadosamente implora a Dios por medio de María gracia y bendición: “Hoy te confiamos lo que somos y tenemos: nuestros hogares, escuelas y oficinas; nuestras fábricas, estadios y rutas; el campo, las pampas, las minas y el mar. Protégenos de terremotos y guerras, sálvanos de la discordia; asiste a nuestros gobernantes; concede tu amparo a nuestros hombres de armas; enséñanos a conquistar el verdadero progreso, que es construir una gran nación de hermanos donde cada uno tenga pan, respeto y alegría”.
Escribe: Pbro. Carlos Hernández C., Miembro Colegio de Consultores