La Iglesia ha celebrado, recientemente, la Jornada Mundial 108 de Migrantes y refugiados, bajo el lema: “Construir el futuro con los migrantes y los refugiados”, tema que aborda el Pbro. Patricio Trujillo Valdebenito, en su columna dominical publicada en el Diario Austral del 09 de octubre.
Desde la perspectiva cristiana, es muy interesante y edificante constatar que la fe y esperanza son dos virtudes teologales vividas desde lo más profundo de su ser, por muchas de las personas que tienen que emigrar, ya que van con el profundo deseo de encontrar una mejor vida y con una gran confianza en Dios que no los abandona, lo que les ayudaa asumir y superar todos los dolores causados por el desarraigo y la separación de su tierra y sus seres queridos, en la esperanza de que, quizás algún día, podrán volver a abrazarlos y disfrutar de su compañía. La fe y la esperanza anidan, por tanto, en el corazón de muchos de los que tienen que partir, en la convicción de que, con la vivencia de estas virtudes, pueden hacer frente a un presente, muchas veces difícil y doloroso, pero que adquiere algún sentido cuando se vislumbra una meta luminosa en el futuro.
Ante esta realidad que viven emigrantes y refugiados, la Iglesia y los cristianos en ella, estamos llamados a evitar el riesgo del mero asistencialismo, para favorecer la auténtica integración. Se trata de formar una sociedad donde todos nos sintamosresponsables del bienestar del prójimo. Los emigrantes llevan en su corazón variados sentimientos de confianza y de esperanza que animan la búsqueda de mejores oportunidades de vida. Ahora bien, no se trata sólo de la búsqueda de mejora económica, social o política. El sufrimiento y la sensación de alienación frente a un futuro oscuro no “echan por tierra” el sueño de reconstruir, con esperanza y valentía, la vida en un país extranjero, aportando también la riqueza que cada uno trae.
Es muy cierto que quienes tienen que partir de su tierra van con la esperanza de encontrar una generosa y amable acogida, de experimentar solidaridad y cariño, pero también reconocimiento de los valores y los recursos que traen consigo. Debemos volver a expresar, con el Papa emérito, Benedicto XVI que: “la solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un deber” (Caritas in veritate, 43). Emigrantes y refugiados, incluso con variadas dificultades, penas y dolores, pueden experimentar también relaciones nuevas y acogedoras, que les alienten a contribuir al bienestar de los países de acogida con sus habilidades profesionales, su patrimonio socio-cultural y también, gracias a Dios, muy frecuentemente, con su hermoso testimonio de fe, que nos anima y nos edifica.