Escribe: Monseñor Jorge Concha Cayuqueo, Obispo Diócesis San José de Temuco.
Muchas son las razones por las que nuestra vida en sociedad la sentimos a veces sobrecargada, y los problemas parecieran que aplastan. Lo más probable es que es algo que acompaña la existencia humana. Nos “aproblemamos” con razón y, tantas veces, hasta sin razones. En nuestro tiempo “la sensación térmica” que nos rodea, a veces se hace muy agobiante, y, lo peor es que, no sólo es una sensación. Es bien sabido la gran necesidad de tratamiento psicológico o psiquiátrico por problemas o situaciones que requieren atención, porque simplemente a la persona se le hace muy difícil lidiar con ellos. En una mirada sistémica de sociedad, todo indica que los diversos sistemas en que nos organizamos, no responden satisfactoriamente a las necesidades y a las expectativas que la misma sociedad en su conjunto crea y propone para el diario vivir. Cada sistema va por su camino y la persona está en el centro tratando de hacer frente a los múltiples desafíos que le vienen de todas partes y al mismo tiempo. También la religión, en su conjunto y como sistema, está llamada a hacer lo suyo y seguramente muchas veces tampoco estamos a la altura. Pero tampoco se trata de situarnos como en un mercado de oferta y demanda, aunque muchas veces pareciera así, porque el sistema mercantilista ha hecho que esto sea un verdadero pilar cultural en el que todos, de una u otra manera, estamos inmersos, acaso, sin ni siquiera darnos cuenta. El ser humano también es un vendedor y un comprador, pero eminentemente es «imagen y semejanza de Dios», tiene la dignidad de persona, que reflexiona, discierne, toma decisiones; y los muchos problemas y situaciones con las que debe lidiar a diario, muchas veces, no le permiten ser y ejercer esa condición básica necesaria que lo distingue entre todas las creaturas.
En el Evangelio de este domingo, Jesús se nos presenta en una relación de intimidad con el Padre (cfr. Lc 11, 25 – 27), frente a quien se sitúa como hijo agradecido, con quien se relaciona; es decir, no está solo y tampoco está centrado sólo en sí mismo. Algo tan básico que a todos nos haría muy bien si reconociéramos que no estamos solos y que tampoco cada quien es el centro del universo; si reconociéramos que siempre estamos en relación con los demás y con todo lo demás. Nos hace inmensamente bien reconocer a Quien sustenta toda la vida y a los demás; reconocer en ellos todo lo bueno que a diario nos dan, partiendo por reconocer todo el bien que nos viene del dador de todo bien, a quien somos llamados a servir y amar y a quien debemos dar gracias. En este mismo evangelio, Jesús invita a los que están «cansados y agobiados» (Mt 11, 28) por tantos problemas, que se acerquen a Él, el Hijo amado de Dios, el rostro visible del Padre misericordioso y nos dice: «yo los aliviaré». Es su Palabra y es también su ejemplo el que anima y ofrece confianza. Jesús enseña a sus discípulos a que seamos solidarios, a que ayudemos a sobrellevar las cargas, los agobios de los hermanos, por ejemplo, con el hermoso texto del buen samaritano (cfr. Lc10, 25 – 37).
Columna Publicada el Domingo 09 de Julio