Vivimos hoy el segundo domingo de Pascua y el Evangelio que la liturgia proclama, describe el encuentro del Resucitado con los apóstoles. El saludo de Jesús resucitado es la comunicación del don de Dios que libera de todo temor;Jesucristo les comunica la paz devolviéndoles la alegría y enviándoles a la misión: a ser sus testigos, ser portadores de la Buena Nueva de la Salvación e instrumentos de la misericordia y el perdón. Jesús resucitado, que hace nuevas todas las cosas, renueva su amor y confianza en los apóstoles, quienes, en las horas más duras de la pasión, se alejaron del Maestro dejándolo solo frente a su destino.
Hoy también la Iglesia celebra la Fiesta de la Divina Misericordia. Esta conmemoración, propuesta por San Juan Pablo II, creció rápidamente después de la canonización de Sor Faustina Kowalska en el año 2000 y también debido a las peregrinaciones que el mismo pontífice realizó a Lagiewniki en Polonia, en más de una ocasión. El mensaje recibido por Sor Faustina es una invitación a pedir y confiar en la Divina Misericordia y a vivir la misericordia con el prójimo.
Cuando en estos días hemos recordado los 37 años de la visita de Juan Pablo II a nuestra patria y a nuestra región, surge con renovada fuerza esta invitación que el Papa acogió y promovió durante su pontificado: a contemplar el rostro misericordioso de Jesús que nos ama y nos redime, que sana nuestras heridas, que nos reconcilia con Dios y entre nosotros mismos. Es una invitación a contemplar al Resucitado y a acoger el don del Señor, su cercanía y favor, para vivir en paz precisamente con Dios, con nosotros mismos y con los demás, y que nos impulsa a trabajar por la anhelada paz que el mundo tanto necesita.
La manifestación del Señor que llena de alegría a los discípulos (cf. Jn 20, 20) se concreta en un envío, en misión con la fuerza del Espíritu Santo: “como el Padre me envió a mí, así yo los envío” (Jn 20,21). La misión de los discípulos, es también nuestra misión. Proclamar la resurrección de Jesús es anunciar aquello que resulta increíble en la lógica de este mundo: el camino del Siervo es un itinerario de éxito pleno; el grano de trigo muerto en la tierra ha dado una espiga nueva en el Resucitado y en la comunidad creyente que vive de la vida entregada de Jesucristo. Las llagas del Resucitado son la señal de victoria del Crucificado que se hace presente en la Eucaristía celebrada en comunidad.
+ Mons. Jorge Concha Cayuqueo, OFM