El Pbro. Patricio Trujillo Valdebenito, Miembro del Colegio de Consultores de la Diócesis San José de Temuco, en la columna del domingo 20 de marzo, en el Diario Austral, profundiza sobre la Educación en las generaciones del presente. en esta sociedad.
Se dice que “la mejor herencia que se puede dejar a los hijos es la educación”. Es importante identificar algunas exigencias comunes para una auténtica educación.
Ante todo, se necesita la cercanía y la confianza que nacen del amor. Conviene pensar entonces en la fundamental experiencia de amor que “deberían” experimentar los niños con sus padres y hermanos. Todo educador sabe que, para educar, debe dar algo de sí y de esta manera ayudará a sus alumnos a superar los egoísmos y los capacitará para un amor auténtico.
Los niños con sus frecuentes preguntas demuestran que existe en ellos el anhelo de saber y de comprender. Sería muy pobre si la educación se limitara a dar informaciones, dejando a un lado la gran pregunta acerca de la verdad, más aún aquella que puede iluminar la vida y darle sentido.
Además, si el sufrimiento forma parte de la verdad de nuestra existencia, debemos poner atención, al tratar de proteger a los más jóvenes de dificultades y dolores, pues se corre el riesgo de formar personas frágiles y poco generosas, puesto que, la capacidad de amar corresponde a la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos.
Se llega al punto más delicado de la labor educativa, lograr encontrar el equilibrio entre disciplina y libertad. Sin normas, de comportamiento y de vida, no se forma el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán. El niño, la niña, irá creciendo, se convertirá en adolescente y luego en joven; por lo que hay que asumir el “riesgo” de la libertad. No para hacer “vista gorda” respecto de sus errores, sino para estar siempre vigilantes y ayudarle a corregir ideas o decisiones equivocadas.
La educación no puede prescindir del prestigio, que hace creíble el ejercicio de la autoridad. Es fruto de experiencia y competencia, pero se adquiere, sobre todo, con la coherencia de la propia vida y con la implicación personal, expresión del amor verdadero.
Solo ayer celebrábamos a san José, patrono de nuestra Diócesis quien, como padre terreno de Jesús, le enseñó a caminar, a hablar, a realizar siempre en su vida la voluntad de Dios, imploremos su intercesión por todos nuestros estudiantes, que están comenzando un nuevo año y por el eterno descanso de nuestro difunto obispo y educador, Monseñor Héctor Vargas, QEPD.