Diócesis de Temuco

CORPUS CHRISTI en Pandemia

Una vez más celebramos el gran sacramento de la Iglesia en modo pandemia, ¡que difícil para todos los creyentes! Y al mismo tiempo que fidelidad de todos los creyentes que buscan, siguen, celebran, viven la Eucaristía desde las redes sociales que la tecnología nos ofrece. Es un tiempo de sacrificio, y como sintoniza con la Palabra de Dios de este domingo.

El sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor es signo vivo de la alianza, es decir, de la comunión entre Dios y el hombre. La primera lectura narra el rito conclusivo de la alianza del Sinaí; el evangelio, en cambio, es el relato de la institución del sacramento de la alianza nueva y eterna en la sangre de Cristo. En ambos casos todo se concluye con un “sacrificio”.  Sin embargo, el sacrificio de Cristo, presente a lo largo de la historia en el misterio de la Eucaristía, desborda en validez y eficacia a todos los sacrificios antiguos, pues es “sacerdote de los bienes definitivos” (Hb 9,11), que “entró de una vez para siempre en el santuario habiendo conseguido una redención eterna” (Hb 9, 13).

Cristo no ofrece una liberación pasajera como la del Exodo, sino una “redención eterna”. Cristo no purifica solo ritualmente y “en la carne”, sino que con su sangre, vivificada por el Espíritu Santo, “purifica nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte”, uniéndonos totalmente y definitivamente con Dios. La alianza nueva y eterna, realizada por Cristo Sacerdote, supera el pacto bilateral de la antigua alianza, delante de la cual el hombre difícilmente lograba ser fiel. Cristo nos introduce en la plenitud del reino y de la salvación como don gratuito de Dios a través de su muerte redentora.

El evangelio de este domingo narra la institución de la Eucaristía, sacramento de la nueva y eterna alianza en la sangre de Cristo, en el marco y el ambiente de un banquete de pascua. El texto subraya la iniciativa de Jesús, que invita y hace que los discípulos preparen para tal ocasión “una sala grande, dispuesta y preparada”. Aquella sala es el espacio de la amistad y de la alianza; allí se reunirán los discípulos en torno al Maestro. El pan y el vino representaban en la cena de pascua judía los símbolos de la liberación del éxodo: el pan sin fermentar recordaba la prisa de la salida de la esclavitud; el vino, era expresión del gozo de la salvación recibida de Dios.

 En la cena Jesús les da un nuevo sentido. El pan y el vino hacen presente el nuevo don de Dios, representan el sacrificio que Jesús está por realizar a favor de todos los hombres. En el pan y en el vino se hacen presente el cuerpo y la sangre de Cristo, sangre del nuevo sacrificio y de la nueva alianza que reconcilia y une con Dios a toda la humanidad. En aquella “sala grande, dispuesta y preparada” nace la nueva comunidad, vinculada  a Dios de una forma nueva e inefable. A lo largo de la historia, la comunidad de la alianza nueva y eterna celebrará continuamente aquella misma cena eucarística pascual, preparándose a pasar un día con Cristo a la cena perfecta en que beberá “un vino nuevo en el reino de Dios”. A través de esta cena, participando del Cuerpo y de la Sangre del Señor, la Iglesia se recrea continuamente como comunidad de salvación, realiza y fortalece el vínculo de amor indestructible de la alianza eterna con Dios y nutre vitalmente la comunión de amor entre sus miembros, que “comparten un único pan para forman un solo cuerpo” (1 Cor 10,17).

¡Bendecido Corpus Christi para todos!