El Pbro. Juan Andrés Basly Erices, Administrador Diocesano, en su columna dominical publicada en el Diario Austral de la ciudad de Temuco, nos invita en este día a vivir este tiempo de amor y esperanza.
En este último domingo de noviembre, la comunidad cristiana celebra el 1° de Adviento -adventus, venida; en su forma completa adventus Redemptoris, viene el Redentor-. Viene el Hijo de Dios, para compartir con todos el amor de su Padre y el suyo, también su infinita bondad y misericordia.
Está muy bien, creo yo, que la Iglesia comience su calendario, el nuevo año litúrgico con este tiempo de Adviento, que nos invita a lo «nuevo», a que algo, ¡o mucho!, sea distinto de lo anterior.
Se hace necesario refrescar, renovar, reilusionarse, despertar lo que se nos ha ido quedando dormido; revivir o recuperar lo que se nos ha muerto. El ritmo de la vida nos va desgastando -a veces muchísimo más de lo que nos damos cuenta-, nos cansa, nos apaga, nos envejece. Y del mismo modo que nuestro cuerpo necesita vitalmente «descansar» todos los días para seguir adelante… nuestra alma, nuestras fuerzas interiores, nuestras ilusiones… ¡también necesitan ser restauradas.! Al menos una vez al año. Y mejor si es al empezar esta nueva etapa… con idea de que miremos de otro modo el tiempo que tenemos por delante.
El tiempo de Adviento tiene algunas expresiones exteriores, que favorecen su vivencia interior, entre ellas, la Corona de Adviento, adornada y con cuatro cirios que se encienden en cada uno de los domingos; el color penitencial morado de los ornamentos, los himnos y cánticos, entre otros.
Pero lo más importante son los aspectos que emanan de la Palabra del Señor, pasajes bíblicos que preparan a la comunidad para la gran solemnidad del nacimiento de Jesús, como también las oraciones y textos litúrgicos.
En este primer domingo de Adviento se proclama en todas las celebraciones litúrgicas, especialmente en la santa Misa, Mateo 24, 37-44, parte del llamado discurso escatológico -los capítulos 24 y 25 del mismo evangelista-. El pasaje concluye con la enseñanza del Señor: “estén preparados, porque el Hijo del Hombre llegará cuando menos lo esperen” (v. 44).
La Iglesia nos ofrece este tiempo de Adviento (¡apenas un mes!) a modo de «cargador», para que podamos conectarnos de nuevo a Dios… y a las personas… y también a lo mejor de uno mismo, pues no es raro que dejemos de oír esa voz interior que nos dice lo que somos, a lo que estamos llamados, lo que deseamos llegar a ser, lo que Dios espera de nosotros…
La convocatoria en este tiempo es acoger personalmente y en comunidad el llamado del Señor: “estén preparados”. No es fácil vivir la espiritualidad del tiempo de Adviento, por los numerosos ofrecimientos, ofertas y programas, de toda índole, que nos acerca la publicidad en estos días.
El Evangelio nos invita a “estar” despierto esto significa “darnos cuenta del momento en que vivimos”. Nos pasan y hacemos muchas cosas cada día… pero nos falta tiempo para «digerirlas», meditarlas, aprender de ellas, y tomar las decisiones oportunas. Los invito en este tiempo de tanto ruido, prisas, compras y desenfreno a encontrar momentos -mejor si son diarios- para rumiar las cosas, para ir más allá de la superficialidad a la que nos hemos acostumbrado, para compartir lo más nuestro con quienes lo merecen y desean. Nuestras relaciones personales tienen mucho que mejorar y profundizar ¿no?
El Adviento nos desafía a ponerse ropa nueva. “Revestirnos de Jesucristo”. En él encontraremos la mejor sección de ropa y complementos. La ropa que necesitamos no está en las tiendas, ni nos las puede ofrecer ningún Black Friday. Se trata de otra cosa: vida nueva, ilusiones nuevas, actitudes nuevas, nuevos sueños y nuevos proyectos, nuevos ojos y una esperanza para estrenar… Sólo necesito acudir al Evangelio, echar mano de la esperanza y de las otras armas de la luz, para que andemos con dignidad, revestidos del Señor Jesucristo. Les deseo de corazón que algo «nuevo» ocurra en nuestra vida en Adviento y Navidad.