Muchas veces Dios se acercó a su Pueblo, pero nunca como cuando hizo su morada en María; cuando «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14) y vino a iluminar, porque Él es la luz para el mundo.
El Pesebre, que San Francisco de Asís recreó en Greccio en la Navidad de 1223,nos reconduce a lo esencial y a lo importante de la vida. Lo esencial es la relación con Dios y su Hijo Jesucristo, que es la Roca firme de todo el entramado de la vida, y que vino a traernos vida, amor, paz y luz. Con Él están María, José, y todas las personas de todos los tiempos y lugares, y con quienes compartimos el día a día.
El Pesebre pone ante nuestros ojos a una familia concreta: a Jesús, María y José. Que su contemplación nos reconduzca a la Familia; a valorarla, a fortalecer en ella el amor y la unidad, que son los mejores nutrientes para fortalecer la vida, la salud del cuerpo y del espíritu de los individuos, de la familia y de toda la vida en sociedad. Desde la familia se forja y se fortalece la Fraternidad.
El Pesebre nos orienta al bien común y a la unidad en todos los niveles de la vida social. La luz que nos viene de Jesucristo, nos ayuda a ver con más claridad que la falta de sentido comunitario, la fragmentación y la división son un obstáculo para construir familia, en sentido más amplio, y para enfrentar los desafíos comunes.
El Pesebre, con la luz de Jesucristo, nos ayuda a ver con más claridad la gran oscuridad y el obstáculo que es la violencia que amenaza los ambientes, la vida de las personas, la paz social y el desarrollo de la región. No es el camino, porque la violencia genera más violencia. El reconocimiento y el diálogo son herramientas buenas para desbaratar este obstáculo.
El Pesebre y su centro que es Jesucristo, nos reconducen a la justicia y a la paz, como bienes fundamentales, a veces difíciles, pero necesarios, para la convivencia civilizada y fraterna, para la paz social y el progreso de los pueblos. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia…; bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5, 6 y 9).Es un deber moral buscar y favorecer la justicia como base de la paz.
La Navidad, nos reconduce a sorprendernos y agradecer la gran condescendencia de Dios para con todos: Él es solidario con nosotros y nos enseña a ser solidarios unos con otros, de modo espontáneo e informal y de modo organizado y formal. La solidaridad desbarata la indiferencia y el egoísmo y fortalece la responsabilidad común frente a las dificultades de todos.
Que el Pesebre, y lo que representa, nos ayude a reconducirnos a lo importante y esencial de la vida. Pero esto será posible sólo si cada uno tiene la disposición para hacerlo. Celebrar, ser obsequiosos unos con otros y tener presente el acontecimiento que está a la base, nos permite sintonizar mejor con el querer de Dios; sólo así, se enriquece nuestra existencia.
Que el frágil Niño de Belén renueve en cada uno el amor y la esperanza. ¡Feliz Navidad para todos!
+Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis San José de Temuco