Escribe: Mons. Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis San José de Temuco
Primer Domingo de Adviento
El ciclo celebrativo de la Iglesia, centrado en el misterio de Cristo, nos ofrece un atractivo itinerario, que nos conduce a reconocer y profundizar nuestra fe y adhesión a la persona de Cristo y su obra redentora. La riqueza contenida en los diferentes tiempos litúrgicos, con sus signos y elementos propios, constituye una valiosa fuente de inspiración en la fe y en el seguimiento de Cristo, Nuestro Señor, que nos renueva y anima en el caminar.
Hoy iniciamos un nuevo año litúrgico, con la celebración del Primer Domingo de Adviento, que reaviva en nosotros una de las actitudes fundamentales de la vida cristiana: la esperanza vigilante, pues vivimos en una serena y vigilante espera de la venida del Señor. La vida del discípulo es una vida en vigilia, aguardando el acontecimiento decisivo del encuentro con Jesucristo, el Señor que ha venido, que viene y que vendrá.
Los textos bíblicos de este Domingo y, especialmente el Evangelio de Marcos, nos invitan a no adormecernos, a permanecer despiertos, a no dormirnos con el paso del tiempo o en el sopor de las diversas situaciones que nos envuelven; a no adormecernos en la inercia a la que nos arrastra la rutina de las costumbres e incluso el peso del pecado en nosotros. Se instalan así actitudes y estilos de vida que nos resultan más o menos cómodos y, sin quererlo, nos adormecemos, y perdemos la actitud de vigilante espera del que aguarda un acontecimiento decisivo.
El Adviento, es un tiempo que nos invita, en primer lugar, a reconocer con humildad que nos hemos adormecido, en muchos aspectos, y que necesitamos que el Señor nos despierte. El Adviento es el tiempo para despertar y para activar nuestra atención y vigilancia en la espera feliz del Señor que vino, viene y vendrá.
Un nuevo Adviento llama a nuestra puerta: cuatro semanas de preparación a la Navidad, fiesta de familia y de nostalgias; cuatro semanas abiertas a la esperanza de días mejores, en que se concentra nuestra búsqueda de Dios, nuestra aspiración hacia una vida con sentido, marcada por su dureza y por sus luchas, pero siempre abierta a la ilusión y la esperanza.
El Prefacio de Adviento expresa solemnemente el espíritu que nos anima en este tiempo de ilusión y de esperanza que hemos iniciado: “Tú has querido ocultarnos el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la Historia, aparecerá sobre las nubes del cielo revestido de poder y de gloria. En aquel día, tremendo y glorioso al mismo tiempo, pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva. El Señor se manifestará entonces lleno de gloria, el mismo que viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y para que demos testimonio por el amor, de la espera dichosa de su reino”.