Escribe: Mons. Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis San José de Temuco
La llegada de la primavera, la estación de los primeros brotes y de las primeras flores, anuncia tiempos mejores: más sol, más calor, más brotes y flores; el ciclo de la naturaleza en que la vida comienza a ser más fuerte que la aparente muerte, la luz que la oscuridad, la esperanza que la desesperanza y la desconfianza. La vida humana está muchísimo más ligada a la vida de la naturaleza de lo que muchas veces pareciera.
Una visión y una práctica de exagerada predominancia de la razón, y con ello de la ciencia, la experimentación, la manipulación, en el mundo occidental, ha prácticamente bloqueado una relación más armónica entre los seres humanos y la naturaleza. Y a partir de ello, pero mucho más todavía, y poniendo en riesgo incluso la misma sobrevivencia de la raza humana, está la sobreexplotación, con fines productivos y económicos, propio de un sistema consumista sin límites. Por esta acción de dominio y de poder irresponsable e inmoral «entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rom 8, 22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cfr. Gen 2, 7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da aliento y su agua nos vivifica y restaura» (Papa Francisco, LS 2). Muchas culturas de otras latitudes y las culturas de nuestros pueblos ancestrales, como la del pueblo mapuche, no exentas de agravios y dificultades, han mantenido esta relación amigable con la naturaleza, una verdadera reserva vital para bien de todos. Hay una conexión profunda y estrecha entre la vida humana y la naturaleza y todas las expresiones de la vida de nuestro planeta y durante todo el tiempo.
El cambio climático, del que a diario nos llegan noticias de muchos lugares de nuestro planeta, también de nuestro propio país, quizás nos ayuden a tomar más conciencia de la gravedad y de la urgencia de lo que está sucediendo a nuestro alrededor.
Necesitamos tener más y mejor información y formación, más allá del temor que puedan causarnos las noticias. Desde las diversas raíces que sostienen nuestras motivaciones, visiones y convicciones, necesitamos propiciar una conciencia más compartida y firme, capaz de generar cambios a nivel personal, cultural y social, y ser más responsables y activos en la defensa de nuestra casa común.
Como cristianos «Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta» (Papa Francisco, L.S. 9). San Francisco de Asís, en el lejano siglo XIII, y cuya fiesta celebraremos dentro pocos días, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas. Esta convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que determina nuestro comportamiento», dice el Papa Francisco, L. S. 11.
En nuestro contexto, temporal y territorial, la llegada de la primavera, nos da la oportunidad para animarnos a un mayor y más claro compromiso por el buen trato de unos hacia los otros, hacia la flora y la fauna, hacia los elementos de nuestra tierra y hacia todo lo creado; un mayor y más claro compromiso en favor del cuidado del medio ambiente en nuestra región es una cuestión de solidaridad vital y con ello nos unimos a un esfuerzo que debe ser global. Al mismo tiempo, que la contemplación agradecida por el hermoso espectáculo que nos ofrece la naturaleza en primavera, que sigue siendo generosa con nosotros, renueve en todos, la fuerza, la generosidad, la alegría y la esperanza. Así como sucede en la naturaleza, y pareciera estar impreso en nuestros genes, la vida es más fuerte que tantos signos de muerte, de oscuridad, de desconfianza, de indiferencia. Más aún, si existe la disposición para hacer opciones en favor de la vida, de la fraternidad, de la paz, de la solidaridad. Y, más aún, si confiamos en que Dios mismo, nuestro Creador y Salvador, viene en nuestra ayuda con su gracia.