Es un tema que conviene profundizar, cuando en nombre de derechos presuntamente individuales, vemos en Chile diversidad de acciones violentas, fractura social y desobediencia civil, sin importar las consecuencias para terceros. La dignidad humana, sin duda, requiere que la persona actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movida e inducida por convicción interna personal, y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El ser humano aprecia la libertad y la busca con pasión, y de este modo por libre iniciativa busca formar y guiar su vida personal y social, asumiendo personalmente su responsabilidad. La libertad, en efecto, no sólo permite al hombre cambiar convenientemente el estado de las cosas externas a él, sino que determina su crecimiento como persona, mediante opciones conformes al bien verdadero. Así la persona se genera a sí misma y construye el orden social.
Pero esta libertad no es ilimitada, ya que el recto ejercicio de la libertad personal exige unas determinadas condiciones de orden económico, social, jurídico, político y cultural que son, con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de atentar contra la paz social. Al apartarse de la ley moral, el ser humano atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, y rompe la fraternidad con sus semejantes. La liberación de las injusticias promueve la libertad y la dignidad humana: no obstante, ante todo, hay que apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona, y a la exigencia permanente de la conversión interior si se quieren que esos cambios económicos y sociales, estén verdaderamente al servicio de todas las personas y no de otros intereses.
En el ejercicio de la libertad, la persona realiza actos moralmente buenos, que edifican a ella y la sociedad, cuando obedece a la verdad, es decir, cuando no pretende ser creador y dueño absoluto de ésta y de las normas éticas. En caso contrario, muere como libertad y destruye a las personas y a la sociedad. La madurez y responsabilidad de los propios juicios se demuestran no con la liberación de la conciencia de la verdad objetiva, en favor de una presunta autonomía de las propias decisiones, sino, al contrario, con una apremiante búsqueda de la verdad y con dejarse guiar por ella en el obrar.
El ejercicio de la libertad implica la referencia a una ley moral que precede y aúna todos los derechos y deberes. Esta ley se llama “natural” porque la fuerza interior que la promulga es propia de la naturaleza humana, y es “universal”, porque se extiende a todas las personas en cuanto establecida por la razón. Se sustenta en el sentido de igualdad de los seres humanos entre sí, expresa la dignidad de la persona, pone la base de sus derechos y de sus deberes fundamentales, edificando una comunión real y duradera con el otro, fortaleciendo la convergencia hacia la verdad y el bien. En efecto, sólo una libertad que radica en la naturaleza común, puede hacer a todos los seres humanos responsables y es capaz de justificar la moral pública. Quien se autoproclama medida única de las cosas y de la verdad. no puede convivir pacíficamente ni colaborar con sus semejantes. Cristo, libera al hombre del amor desordenado de sí mismo, que es fuente del desprecio al prójimo y de las relaciones caracterizadas por el dominio sobre el otro; Desde la cruz, proclama que nunca se es más libre, que cuando se es capaz cada día de donarse a sí mismo.
+Héctor Vargas Bastidas
Obispo Diócesis San José de Temuco
Diario Austral, domingo 17 enero 2021