«La Iglesia ha celebrado esta primera semana después de la noche santa de Pascua, como un gran domingo. Es tan grande el misterio de la muerte y resurrección de Jesús, que se nos ha ofrecido como un espacio denso y sereno para paladearlo contemplativamente, y nos encontramos viviendo el Segundo Domingo de Pascua», señala el Pbro. Juan Andrés Basly Erices, administrador diocesano, en la columna del Diario Austral del domingo 16 de abril.
La resurrección es fundamental para el cristianismo, porque gracias a ella existe la misma fe cristiana, el Nuevo Testamento, la iglesia, la eucaristía y el envío a anunciar el reino de Dios; y el Resucitado es la fuerza para luchar contra todas las injusticias y males del mundo. El evangelio de Juan (20,19-31) escrito a finales del siglo primero, cuenta que: “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana”, cuando empieza la oscuridad y la luz del día se va acabando, cuando el miedo se hace más intenso y es necesario trancar las puertas, “estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos”, presos aún del miedo. “Llegó Jesús, se colocó en medio y les dijo: La paz esté con ustedes”, es Jesús quien toma la iniciativa, quien llega a ellos, quien rompe el silencio temeroso y les dice palabras que transforman sus vidas y para probar que es él, les “mostró las manos y el costado”. Luego, les repite el saludo y los envía, “como el Padre me envió”, sopla sobre ellos y les dice que “reciban el Espíritu Santo”. Las crisis actuales, de todo tipo que vivimos en esta sociedad, nos ha hecho experimentar que todos vamos en el mismo barco y que dependemos los unos de los otros. En este momento, necesitamos comunidades cristianas acogedoras, que se solidaricen con los más necesitados, en las que se viva el perdón y se descubra al Espíritu, nos urge la misión para transformar nuestro mundo. Pues, tan sólo en comunidad se puede hacer la experiencia del Señor resucitado, superando la tentación de escepticismo que amenaza a los individuos desarmados ante las realidades sociales.
El que Jesús proclama felices a aquellos que han creído sin haber visto, no significa que la fe no sea una verdadera experiencia religiosa. En la vida hay muchas experiencias que no se reducen a ver y tocar. La experiencia del Resucitado tiene tres dimensiones, una objetiva, otra subjetiva y otra comunitaria. No se pueden separar unas de otras. Mediante la fe acontece un encuentro verdaderamente personal que pone en juego toda mi persona. Este elemento personal, ha sido unilateralmente separado por la cultura moderna, que reduce todo a una experiencia subjetiva individualista. Cada uno trata de encontrar ante todo consuelo en el encuentro con Jesús y solución para sus problemas. Pero, la transformación del mundo es obra no de una persona sino de la comunidad humana. Tenemos que recuperar para nuestra fe la dimensión comunitaria, que tuvo al principio y que hizo que las comunidades cristianas cambiarán la historia humana o al menos indicarán en la dirección en que debe ser cambiada.
Los primeros cristianos crearon unas comunidades alternativas a las existentes en el imperio romano. Lo que más llamó la atención es que estaban muy unidos y compartían los bienes, vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según lo que necesitaba cada uno (Hech 2, 42-47). Tarea que debemos seguir los cristianos de hoy, siendo muy fraternos y solidarios. Debemos estar al servicio de los necesitados. Por ejemplo, lo que se vivió el miércoles 12 de abril, en patio de la Catedral, un trabajo que se ha ido haciendo carne, que es lo que nos pide el Resucitado en la Iglesia diocesana a través de sus instituciones que acompañan a muchos hermanos nuestros, que viven y sufren la situación de calle. Fui testigo del trabajo que realiza Caritas diocesana con los niños-niñas y adolescentes en situación de calle. Un verdadero ejemplo de cómo se pueden salvar vidas de esos muchos cristos crucificados que viven en la calle y que muchas veces pasamos de largo. Hoy día necesitamos comunidades creíbles, en las que sea posible el encuentro con el Resucitado. Tomás sólo se encontró con Jesús cuando se integró en la comunidad. Son necesarias numerosas comunidades portadoras de esperanza que viven la alegría del Resucitado (1 Pedro 1, 3-9). Por tanto, la invitación de este Domingo II de Pascua, es vivir celebración eucaristía, con intensidad y así nos lleve a construir comunidades cristianas en las que se pueda hacer vida la experiencia del Señor Resucitado. ¡Que tengan un bendecido domingo juntos a sus familias!