El desarrollo no es el resultado de un conjunto de técnicas productivas, sino que abarca a todo el ser humano: la dignidad de su trabajo, condiciones de vida adecuadas, la posibilidad de acceder a la enseñanza y a los necesarios cuidados médicos. El desarrollo es el nuevo nombre de la paz, afirmaba Pablo VI, puesto que no existe verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria. No hay paz allí donde falta el trabajo o la expectativa de un salario digno. No hay paz en las periferias de nuestras ciudades, donde abunda la droga y la violencia.
El diálogo social, sin duda, es una de las condiciones privilegiadas para avanzar decididamente en estos temas. Si bien es visto normalmente como una herramienta, es sin embargo, mucho más que eso; es un valor de la cultura democrática. Se basa en la libertad y en el reconocimiento de la misma por parte del Estado. Esta idea, se contrapone a concepciones más extremas que van desde la autorregulación por parte del mercado, hasta el autoritarismo. Si bien existe un instrumental jurídico y dogmático valioso, el diálogo, depende primero del tipo y grado de cultura democrática que tengan sus protagonistas y luego de un conjunto de factores que influyen en su desarrollo. Independientemente si este diálogo surge por convicción o pragmatismo, por conveniente rutina o forzada convocatoria, es revelador de progreso y de buenos resultados para los países que lo ensayan.
Según el Papa Francisco, “para que haya diálogo es necesaria una identidad que no se negocia. ¿Y cuál es la identidad en un país? Si estamos hablando de un diálogo social, la identidad común es el amor a la Patria. La Patria primero, después mi negocio. Esa es la identidad. Yo desde esa identidad voy a dialogar. Si yo voy a dialogar sin esa identidad, el diálogo no sirve”.
El diálogo nos exige buscar la cultura del encuentro que sabe reconocer que la diversidad no sólo es buena, sino necesaria, que nunca puede partir de la presunción que el otro está equivocado. El diálogo es para el bien común y el bien común se busca desde nuestras diferencias, dándole posibilidad siempre a nuevas alternativas, y que algo nuevo puede surgir entre todos.
El diálogo social, no es negociar con la finalidad de obtener sólo un beneficio particular, sino, pensar en una mejor solución para todos. Muchas veces esta cultura del encuentro se ve envuelta en el conflicto porque pensamos diferente. Pero no debemos temer el conflicto, porque si no asumimos que lo tenemos, no podremos dialogar ni superarlo nunca. Hay que procurar resolverlo hasta donde se pueda, pero con miras a recomponer la unidad, que no es uniformidad, sino una comunión en la legítima diversidad. Se trata de construir una unidad que no rompe las diferencias, sino que las vive en comunión por medio de la solidaridad y la comprensión.
Al tratar de entender las razones del otro, al tratar de escuchar su experiencia, sus anhelos, podremos ver que en gran parte son aspiraciones comunes. Y esta es la base del encuentro: todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre celestial; y cada uno con su cultura, su lengua, sus tradiciones, tiene mucho que aportar al bien de la entera comunidad social.
La Doctrina Social de la Iglesia siempre ha visto el trabajo humano como participación en la creación que continúa cada día, también gracias a las manos, a la mente y al corazón de los trabajadores. En la tierra hay pocas alegrías más grandes que las que se experimentan trabajando, como hay pocos dolores más grandes que los dolores del trabajo, sobre todo cuando el trabajo explota, aplasta, humilla y mata.
Los hombres y las mujeres se nutren del trabajo: con el trabajo son “ungidos de dignidad”. Por esta razón, en torno al trabajo se edifica todo el pacto social. Ese es el núcleo del problema. Porque cuando no se trabaja, o se trabaja mal, se trabaja poco o se trabaja demasiado, es la democracia la que entra en crisis, es todo el pacto social. Sin trabajo se puede sobrevivir; pero para vivir hace falta el trabajo. La elección es entre sobrevivir y vivir. Y hace falta trabajo para todos. Ante todo para los jóvenes…¿sabemos el porcentaje de jóvenes de menos de 25 años desempleados, en la Araucanía, en Chile, en el mundo? Las estadísticas dicen que es un número preocupante. Y eso es una hipoteca sobre el futuro. Porque esos jóvenes crecen sin dignidad, porque no son “ungidos” por el trabajo que es lo que da la dignidad.
Es por ello que el diálogo social por parte del Estado, en relación con el mundo del trabajo, debe procurar que los trabajadores, motor esencial en el desarrollo y progreso de la sociedad, estén involucrados desde el inicio, de algún modo en los diversos temas y proyectos que digan relación con su vocación y servicio.
Que la empresa, caracterizada por la capacidad de servir al bien común de la sociedad mediante la producción de bienes y servicios útiles, creadora de riqueza para toda la sociedad, armonice sus legítimos beneficios con la irrenunciable tutela de la dignidad de las personas, que a título diverso trabajan en la misma. Estas dos exigencias no se oponen en absoluto, ya que, por una parte, no sería realista pensar que el futuro de la empresa está asegurado sin la producción de bienes y servicios y sin conseguir beneficios que sean el fruto de la actividad económica desarrollada; por otra parte, permitiendo el crecimiento de la persona que trabaja, se favorece una mayor productividad y eficacia del trabajo mismo. La empresa debe ser comunidad solidaria no encerrada en los intereses corporativos, tender a una “ecología social” del trabajo y contribuir al bien común, incluida la salvaguardia del ambiente natural.
Que los mismos trabajadores y por medio de sus organizaciones, promuevan internamente el valor de la solidaridad hacia todos aquellos que no tienen trabajo o que los han perdido, dando instrumentos y oportunidades adecuadas. Para poder incidir en la realidad, el hombre está llamado a expresar el trabajo según la lógica que más le es propia, esa relacional, es decir, ver siempre en el fin del trabajo el rostro del otro y la colaboración responsable con otras personas.
Que se avance en fórmulas que permitan a los trabajadores y trabajadoras, contar con lugares y ambientes sanos y seguros en donde desarrollar su tarea laboral, debido al aumento de la violencia ejercida por delincuentes, como asimismo por las agresiones de clientes o usuarios por servicios públicos deficientes, de los cuales no son responsables directos.
Que debe buscarse la forma de asumir en modo eficiente e integral, la situación del comercio ambulante. Ello es la punta de un iceberg de un problema mucho más complejo y que lamentablemente crece cada día en el país. Este trabajo precario, de sobrevivencia, privado de los derechos , dignidad y beneficios de un empleo justo y digno, es un indicador de los niveles de pobreza y falta de oportunidades reales. Precariedad e irregularidad que llega hasta el abuso “del chantaje mafioso” que se hace a los jóvenes y a los migrantes, como bien afirma el Papa Francisco.
El Papa también ha dado claves para enfrentar con esperanza la precarización del trabajo y el empobrecimiento. Por ello, ha invitado a las asociaciones de los trabajadores a perseguir “un sueño que vuele alto”, para que el trabajo “libre, creativo, participativo y solidario” termine con el menosprecio de la dignidad de las personas.
En efecto, el gran riesgo del mundo actual, von su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. (EG,2)
Un país se abre a la esperanza cuando se abre al futuro. Cuando se abre a los jóvenes, ofreciéndoles perspectivas serias de educación, posibilidades reales de inserción en el mundo del trabajo. Cuando invierte en la familia, que es la primera y fundamental célula de la sociedad. Cuando respeta la conciencia y los ideales de sus ciudadanos. Cuando garantiza la posibilidad de tener hijos, con la seguridad de poderlos mantener. Cuando defiende la vida con toda su sacralidad.
Sin embargo, para que ello sea posible no sirve cualquier tipo de progreso, sino que se requiere un modelo que por sobre todo, ubique en el centro de sus intereses la dignidad de la persona humana. Ello exige necesariamente estar en posesión de una sabiduría suficiente, que permita conocer cuál es la identidad, vocación y destino último de la persona y del género humano y ponerse al servicio de todo ello.
Homilía 1 mayo
Parroquia Jesús Obrero