Han transcurrido dos semanas de la presentación del “Acuerdo nacional por la paz y el desarrollo de La Araucanía”. Aparece como un programa de largo aliento de más de trecientos proyectos, basado en modo importante en las propuestas de diversas instancias anteriores, integral por todas las problemáticas que abarca, la cantidad de Ministerios comprometidos, con un financiamiento poco común, y una comisión a cargo de su permanente seguimiento, que transversalmente comienza a percibirse en la Región como positivo y esperanzador.
El Presidente ha afirmado que es solo el inicio de un camino, porque no es posible reparar en breve tiempo ciento cincuenta años de maltrato con el Pueblo Mapuche, empobrecimiento y postergación de la Región, violencia, pérdida de vidas humanas y fuentes de desarrollo. Por ello, se nos ha dicho, no es algo plenamente acabado, ni capaz de ofrecer de inmediato todas las respuestas a todos los anhelos. Se requiere el aporte y el compromiso de la entera sociedad, en especial de quienes vivimos en tierra. Más aún si se ha llamado a todos los sectores sin distinción, a involucrarse y participar en un legítimo debate y propuestas que mejoren, enriquezcan las medidas y favorezcan su correcta implementación.
En este contexto resulta incomprensible e inaceptable, los hechos de violencia de estos días que grupos radicales han llevado a cabo como forma de desacuerdo con lo anterior, afectando severamente la educación de niños y familias mapuche, fuentes laborales, trabajadores y medios de producción.No creemos que la metodología de la violencia en La Araucanía, colabore positiva y decididamente, a dar respuestas a las legítimas demandas del pueblo mapuche, y mucho menos a reparar con este modo de lucha, las graves injusticias y violencia que a lo largo de la historia se han cometido con él. Por el contrario, la violencia como táctica corre el riesgo de evitar que algo nuevo y justo pueda prosperar, eternizando el conflicto, aumentando la exclusión, y la pobreza.Las problemáticas más agudas, se solucionan con un proceso de auténtico diálogo, que permita conocernos, respetarnos y caminar juntos, que gradualmente puede llevar a mayores soluciones. El gran espíritu cívico y pacífico del plebiscito que nos devolvió la democracia, es un ejemplo notable.
Jesús nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y por tanto de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Esta verdad vale también en el ámbito social: es necesario que los cristianos sean testigos profundamente convencidos y sepan mostrar, con sus vidas, que el amor es la única fuerza que puede conducir a la perfección personal y social y mover la historia hacia el bien y la justicia que todos buscamos.El bien común de La Araucanía y su gente están primero. No permitamos que todo lo que genere división y enfrentamiento, “nos robe la esperanza”. (Francisco).