Diócesis de Temuco

UNA PARÁBOLA PARA NUESTROS DÍAS

Escribe: Pbro. Juan Andrés Basly Erices, Administrador Diocesano

La liturgia de este domingo nos ofrece tres parábolas, me quedaré con la última, pues esta nos introduce en el seno de una familia, en la que sobresale la figura de un padre generoso y compasivo.

En ninguna otra parábola ha querido Jesús hacernos penetrar tan profundamente en el misterio de Dios y en el misterio de la condición humana. Ninguna otra es tan actual para nosotros como esta del «Padre bueno”.(Lc 15,11-32)

Un hombre tenía dos hijos. El menor pide la parte de la herencia que le toca. El padre divide todo entre ellos. Tanto el mayor como el menor reciben su parte. Recibir la herencia no es un mérito. Es un don gratuito.

El hijo menor al reclamar su herencia está pidiendo de alguna manera la muerte de su padre. Quiere ser libre, romper ataduras, como muchos hoy en día. Él no será feliz hasta que su padre desaparezca. El padre accede a su deseo sin decir palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.

Acaso, ¿no es esta la situación actual? Muchos jóvenes quieren hoy verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte. Cuántos no gritan en estos días que Dios tiene que desaparecer de la sociedad y de las conciencias. Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda silencio. Dios no coacciona a nadie.

El hijo se marcha a «un país lejano». Necesita vivir en otro país, lejos de su padre y de su familia, pues esta le asfixia. Ansía y busca la libertad. El padre lo ve partir, como muchos padres en estos tiempos. El hijo menor se va lejos, y disipa su heredad con una vida disoluta, olvidando al Padre. Pero el Padre no lo abandona; su corazón de padre lo acompaña; cada mañana lo estará esperando. Hoy la sociedad moderna se aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su recuerdo… ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?

Pronto se instala el hijo en una «vida desordenada», como les ocurre a muchos jóvenes hoy. Se produce en ellos no solo un desorden moral sino una existencia insana, caótica, donde todo da lo mismo. Pero al poco tiempo, su aventura empieza a convertirse en drama. Y se produce la frustración del hijo más joven y el deseo de volver a la casa del Padre porque ya estaba sumido en la pobreza, en todo sentido.

La necesidad de tener que comer hace perder al hijo menor su libertad y se vuelve esclavo, cuidador de cerdos. Recibe un trato peor que el dado a los cerdos. Sus palabras revelan su tragedia: «Yo aquí me muero de hambre».

El vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de nuestra lejanía de Dios. No es fácil el camino de la libertad. ¿Qué nos falta? ¿Qué podría llenar nuestro corazón? Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta hambre?

El joven «entró en sí mismo» y, ahondando en su propio vacío, recordó el rostro de su padre asociado a la abundancia de pan: en la casa de mi padre «tienen pan» y aquí «yo me muero de hambre». En su interior se despierta el deseo de una libertad nueva junto a su padre. Reconoce su error y toma una decisión: «Me pondré en camino y volveré a mi padre».

Como chilenos, ¿seremos capaces de ponernos en camino hacia Dios, nuestro Padre y escucharlo? O, ¿preferiremos alejarnos totalmente de Él? Sin embargo, felizmente, muchos ya lo han hecho cuando han vuelto la mirada a ese Dios del cual nos habla la parábola de Jesús. Sise evidencia esa actitud, el Padre no duda, «sale corriendo al encuentro de su hijo, se le echa al cuello y se pone a besarlo efusivamente». Esos abrazos y besos hablan de su amor, nos hablan de su misericordia.

¿Te animas a volver? Junto a Él podríamos encontrar una mayor libertad, más digna, dichosa y llena de alegría.

Domingo 11 de Septiembre 2022