El Santo Padre apenas llegado a Roma de su viaje apostólico a Chile, ha dado gracias al Señor “que todo haya salido bien y por tener la oportunidad de encontrar al Pueblo de Dios que peregrina en aquellas tierras, y de animar la fe y el desarrollo social”. Ha reiterado su gratitud a las Autoridades civiles y a sus hermanos Obispos, por la acogida gentil y generosa, así como a todos los demás colaboradores y voluntarios.
Ha afirmado que “mi llegada a Chile estuvo precedida por algunas manifestaciones de protesta, por diversos motivos; que han hecho aún más vivo y actual el lema de mi visita: «Mi paz os doy», palabras que Jesús dirige a sus discípulos, y que repetimos en cada Misa: el don de la paz, que sólo el Resucitado puede dar a quien confía en él. Allí tuve ocasión de reunirme con todas las realidades del país. Alenté el camino de la democracia chilena, como espacio de encuentro solidario y capaz de incluir la diversidad, con el método de la escucha, especialmente de los pobres, los jóvenes, los ancianos, los migrantes y la tierra”.
Nosotros, desde la Araucanía, solo podemos decirte, ¡gracias Francisco, Hermano y Padre!,por venir a Temuco en Nombre del Señor, proclamarnos el gozo del Evangelio, confirmarnos en la fe de los Apóstoles, y enviarnos en misión a las periferias del sufrimiento humano, llevando la esperanza cristiana que no defrauda. Gracias por recordarnosque «Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar»; Que las peores amenazas que golpea y golpeará a la humanidad toda, será siempre la división y el enfrentamiento, el avasallamiento de unos sobre otros.
Gracias por tu mensaje de insistencia,acerca de que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia aniquilando al otro, porque aumenta la fractura y separación, volviendo mentirosa la causa más justa. Que el arte de la unidad necesita y reclama auténticos artesanos, que sepan armonizar las diferencias, única arma que tenemos contra la «deforestación» de la esperanza. Una de las principales tentaciones a enfrentar es confundir unidad con uniformidad. Jesús no le pide a su Padre que todos sean iguales, idénticos; ya que la unidad no nace ni nacerá de neutralizar o silenciar las diferencias.
Que la unidad no es un simulacro ni de integración forzada ni de marginación armonizadora. La riqueza de una tierra nace precisamente de que cada parte se anime a compartir su sabiduría con los demás. No es ni será una uniformidad asfixiante que nace normalmente del predominio y la fuerza del más fuerte, ni tampoco una separación que no reconozca la bondad de los demás. La unidad pedida y ofrecida por Jesús reconoce lo que cada pueblo, cada cultura está invitada a aportar en esta bendita tierra.Gracias Señor, porque también a través de tu Apóstol Francisco, nos das muestras que no estamos solos en el devenir de la vida y de la historia, que en tu amor misericordioso nunca nos abandonas en nuestras angustias y desolaciones, que desde nuestras llagas y heridas sanadas por la fe, podemos construir una nueva Araucanía