Desde los inicios de la actual Reforma, se viene debatiendo acerca del significado de la calidad en educación. Estoy convencido que la calidad es lo más difícil, porque en lo más profundo no es mesurable. Evaluar saberes y medir fórmulas matemáticas es más fácil, pero definir desde ahí la calidad puede significar descuidar la verdadera educación. La persona es un proyecto que puede frustrarse si no se orienta hacia su plena humanización. Eso es lo que numerosos papás piden de nosotros en la formación de sus hijos.
Sabemos que la educación, como el cristianismo, no es solo fruto de un saber, es parte de una pasión. Si ella se pierde nos morimos. Como dice Machado “en el corazón tenía la espina de una pasión, logré arrancármela un día y ya no siento el corazón”. Debemos temer una educación que tiene todo claro, fórmulas, prohibiciones, pero es incapaz de apasionar.
Calidad es darle sentido a la educación y educar a una vida con sentido. Es decir definir los fines para no confundir los medios con los fines. Uno de los puntos más delicados de la cultura moderna es que nos llenó de medios y nos quitó los fines, incluido en educación. Hoy día los maestros salen de las escuelas de educación llenos de fórmulas, de medios, pero no tienen clara la finalidad de todos los procesos, carecen de objetivos por los cuales valga la pena jugarse.
Pero desgraciadamente vivimos en el engaño porque nuestra sociedad hoy día no quiere pensar en esto, invita al hombre a vivir y gozar sólo el presente. Al arrebatarnos los fines nos quita el tiempo y la libertad. El que no vive de acuerdo a valores objetivos y universales, no tiene criterios para discernir la verdad y ejercer su libertad, ¿qué medios elige?, ¿por qué elije una cosa y no otra?Quien no tiene fines se convierte en esclavo de los medios, se llena de ellos, y no orienta su vida. Se enrosca en sí mismo. Dar un fin a la vida está en el centro de toda educación, genera seres libres, sujetos de la historia.
Cuando yo tengo un fin puedo soñar, puedo secar mis lágrimas sin mentira, darle un sentido al trabajo y superar los fracasos. Quien sabe para qué vive, logra ordenar las victorias y las derrotas, las alegrías y las penas. La primera riqueza que tiene una auténtica educación, es que tiene la posibilidad de ofrecer un sentido por el cual valga la pena jugarse la vida.
Cuántas veces he oído a muchos decir que la educación es para formar al hombre, pero inmediatamente después te dicen que es necesario impartir una buena educación porque hemos firmado tratados internacionales, porque Chile tiene que ser competitivo. Nos recuerdan que Chile tiene que producir más y salir a vender. Aunque eso es verdad, existe el peligro de creer inconscientemente que la calidad de la educación consiste en la calidad y cantidad de nuestra producción. Más que el ser humano interesa el mercado, el productor y el consumidor, destrezas y competencias científicas y tecnológicas, para ser eficientes y competitivos. Extraña antropología que olvida lo más humano de lo humano.