Referirse al cambio de ciclo de la naturaleza y de los seres humanos, el obispo diocesano, Monseñor Héctor Vargas Bastidas, en sus palabras de su columna de opinión publicada el domingo 27 de junio en el Diario Austral de la ciudad de Temuco, expresa sobre este nuevo año nuevo mapuche WETRIPANTU.
Entre el 20 y el 24 de junio, se produce el solsticio de invierno en el hemisferio sur, los pueblos indígenas celebran en todo el país el “nuevo año”, en el marco de la celebración del inicio de un nuevo ciclo de la naturaleza, tal como sus antepasados han hecho desde hace siglos. Los mapuches dieron nombre a todo lo existente en la tierra y a lo observable en el universo físico, sociológico y filosófico. Como todo pueblo determinaron claramente la relación entre la Tierra-MAPU (Küyen) la Luna y (Antü) el Sol (Ko) el Agua y el (kürrüf) aire.
La celebración, tiene que ver con la renovación de la vida y de la naturaleza, cuando vuelve el sol comienza un tiempo de brotes, un renacer de la naturaleza que da lugar a un rito que cada pueblo originario le dio un nombre por eso, cada pueblo tiene nombre con profundo significado y una estrecha relación de las persona y la naturaleza.
De esta manera, todos los Pueblos Originarios de Chile y el Pueblo Mapuche en particular, marcan un cambio de ciclo que afecta tanto a la naturaleza como a los seres humanos.
En general, todos los pueblos indígenas de América del Sur celebran la vuelta del sol. En las comunidades mapuche, la ceremonia comienza desde la noche anterior al solsticio, momento en que todos se reúnen e intercambian conocimientos, verdaderos encuentros de formación familiar y comunitario. Luego, al amanecer, llenos de historias de reforzamiento a la identidad, se sumergen en el agua, vertientes de esteros, ríos, lagos, mar, para expresar la renovación y purificación en conjunto con la naturaleza, con la Ñuke Mapu.
Es el inicio de un nuevo ciclo de producción, de conversación con la Tierra. Es la fecha, en que se produce la noche más larga del año y el inicio de las lluvias más intensas, que prepara a la naturaleza para acoger y favorecer el maravilloso crecimiento de la nueva vida. Después, vueltos hacia el Oriente donde habita Ngnechen (el Gran Creador) se hace Llellipun rogativa.
El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre común y que eso nos hace hermanos. Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco.
Esa destrucción de todo fundamento de la vida social, termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado de la naturaleza. Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas. Tenemos tanto que aprender en tiempos de Estallido Social y Pandemia de la sabiduría de nuestros pueblos originarios. Hoy, en este nuevo amanecer, esperamos ver, sentir un diálogo de hermanos diferente, pero con respeto podemos vivir y convivir en esta tierra llena de colores, multicultural y plurinación.