El Pbro. Giglio Linfati Cantergiani, Vicario para la Pastoral Social, extiende el llamado a no olvidar a nuestros hermanos que viven en situación de calle y en este tiempo y siempre, requieren de nuestra ayuda y comprensión.
Estos días, de muy bajas temperaturas e incesante lluvia, nos muestran la mayor crudeza del flagelo más doloroso, de la pobreza más extrema, las amargas consecuencias de la vulnerabilidad social, que sufren muchos hermanos y hermanas nuestros.
Ante esta evidencia, muchos pasamos de largo, nadie se detiene, los apuros del día, las preocupaciones propias del quehacer cotidiano, el llegar a casa lo más pronto posible, vamos cada uno, cada una en nuestra propia vida; entonces, hombres y mujeres de la calle se van invisibilizando en la ciudad y -como bien señala el Papa Francisco-, “se van convirtiendo en seres descartables”.
Jesús, sí se detiene, no descansa, continúa su camino, recorriendo cada una de nuestras calles y se postra ante rostros de hombres y mujeres en situación de calle, mal vestidos, malolientes, con consumos de alcohol y drogas, y a través de voluntarias y voluntarios dispone llevarlos a la posada.Al igual que al samaritano,esto tiene un costo, pero muchas y muchos están dispuestos a asumirlo en esta eucaristía diaria que se vive a “la orilla del camino”, donde el frío, la lluvia, la soledad y el hambre no saben de misericordia, caridad y justicia.
Estas personas podrán dormir hoy en una casa de acogida, en albergues, lugares dispuestos con sábanas limpias, podrán bañarse, habrá ropa seca, se restaurarán las heridas del hambre con un plato de sopa caliente,gracias a la voluntad de muchas y muchos comprometidos al llamado urgente que se anida en la Buena Noticia, en el corazón del Evangelio de Jesús: “…Ámense como Yo les he amado” (Jn 13,34)
Vayamos entonces, ante estas realidades, intentando a la luz del Evangelio, a acortar las brechas de la desigualdad y de la exclusión, exclusión que mata y descarta seres humanos, consecuencias de un modelo económico individualista, consumista y egoísta, que sólo sabe de resultados económicos, pero que no mira rostros, ni se detiene ante la injusticia. Estamos llamados como creyentes y no creyentes a cambiar esta situación, desde esta iglesia de la realidad del día a día, del barrio, pequeña, sencilla, pobre y diversa, la de la sinodalidad, la que nos invita a caminar todas y todos juntos. Así “la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5, 5)